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La casa encantada

Elena Arribas

La  Casa  Encantada

Esto era una familia muy pobre muy pobre, que tenían una hija. Lo único que hacían los padres era trabajar día y noche para Amanda pudiera ir al colegio y tuviera una buena educación y un buen trabajo cuando fuese mayor. Cuando Amanda tuvo diez años, decidió que de mayor quería ser una gran escritora; que viviría en un hermoso chalet con su buen marido y sus dos adorables hijas.

Cuando los padres de Amanda se jubilaron, esta todavía no había acabado la carrera; pero le quedaba dos semanas y media.

Pasaron tres semanas y Amanda estaba muy  contenta por haber aprobado la carrera. Se puso a buscar trabajo como loca y encontró uno que era perfecto para ella:      escritora para cuentos para niños de diez años hasta jóvenes de dieciséis años. Había colegios que querían sus libros como el Luis Vives, o él Beatriz Galindo, y muchos otros. También solicitaban sus libros institutos como el Quijano, o el Alonso Avellaneda,… Escribió tantos libros, que se compró como una especie de caja fuerte para ir guardando sus ahorros. Pasados unos años, cuando esta ya tenía treinta y dos años, les compró a sus padres una gran y preciosa casa en la cima de una montaña no muy lejana. Las personas que vivían allí, se fueron tan aterradas que Amanda no tuvo tiempo ni en preguntarles porque estaban así. Amanda les dio la buena noticia a sus padres estos, se alegraron muchísimo, porque iban a destruir el piso para hacer un hotel y Javier y Sara no sabían dónde ir, pero eso ya lo tenían solucionado.

Eran muy felices en aquella maravillosa casa hasta que un día, fue una anciana diciendo:

-Hola, buenos días.

-Hola buenos días a usted también señora.

-Venia para darles esta cesta de bienvenida  porque me he enterado de que los antiguos vecinos se han mudado y bueno, aquí estoy.

-Ja, ja, ja, es usted muy graciosa. ¿Qué le parecería si esta noche viene a cenar a las diez aquí a casa?

- Me encantaría, y así podríamos conocernos más; hasta esta noche a las diez.

- Adiós, hasta esta noche.

En cuanto la anciana se fue, Sara se comió una manzana de la cesta de regalo de la vecina y le dijo a Javier:

-Javier, esta noche a las diez va a venir la vecina de la montaña de al lado, mira lo que nos ha traído como regalo de bienvenida.

-Es preciosa cariño, ¿me pasas un plátano?

-Si claro, cuidado, cógelo que va. Oye, ¿qué te parece si preparamos un pavo relleno para esta noche?

- Me parece una muy buena idea, ¿me ayudas a hacerlo?

-Claro, sabes que me encanta cocinar, si es contigo.

-Gracias Javi, vamos a empezar ya que el tiempo es oro.

Llego la noche y la anciana llamo a la puerta (tac, tac, tac). 

-Hola, ¿qué tal estáis?

-Muy bien gracias por preguntar, pasa.

Se sentaron todos a comer y empezaron a hablar.

-¿Cómo se llama usted señora? –Dijo Javier.

-Pues me llamo Charo, ¿y ustedes?

Yo me llamo Sara, y yo me llamo Javier.

La noche se acabó, y Sara preparó café para los tres. Mientras Javier se fue al baño, y Sara a por el azúcar y las cucharillas Charo echo unas gotitas en los cafés, excepto en el suyo; esas gotitas eran veneno; al día siguiente Charo llamó a la policía y lloró lágrimas de cocodrilo, y así lo hizo sucesivamente con todos los nuevos vecinos.

Hasta que acabo con todo Madrid. Y después con toda Guadalajara. Etc.

Y así es como se acabó el fin del mundo.

Fin

 

 

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