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Visor

Dos nuevos relatos para que los disfrutéis.

Esta vez, Andrea Antúnez, de 3º de ESO nos cuenta dos tiernas historias

PRIMAVERA

Por Andrea Antúnez

 

Recuerdo que dolía. Mirarla dolía.

 

Un día soleado y calmado, el cielo azul, la brisa de primavera, el olor de las flores. Perfecto. Todo era perfecto.

Una chica rubia sentada en un banco de un parque cercano sonreía. Sonreía mientras escribía en su pequeña libreta, desgastada por su uso.

Un chico de pelo negro se acercó, mirándola con amor. Se sentó a su lado y por encima de su hombro ojeó sus poemas. Ella, centrada en su trabajo, no se había percatado, hasta que levantó la vista y se encontró con los brillantes ojos del muchacho. Su sonrisa se hizo más amplia, sus ojos rebosaron alegría y en un segundo, ya estaba en sus brazos. El chico la recibió sin dudar. Se miraron ansiosos y se besaron con una intensidad que producía añoranza.

Una pareja perfecta ¿no?

Lo eran, supongo, aunque las cosas cambiaron.

 

El mismo día de primavera, un año después, estaba casi igual al anterior.

El mismo sol, el mismo cielo, la misma brisa, el mismo olor. Perfecto. ¿O no?

La chica rubia volvía a estar sentada en el mismo banco con una libreta nueva, escribiendo. Pero no estaba sonriente, estaba seria, monótona.

El chico no apareció. Ella estaba sola.

Levantó la cabeza dejando ver en aquellos ojos, aquellos que, un año atrás, rebosaban amor, nada más que tristeza y una última luz de esperanza, que poco a poco fue desapareciendo.

Y nunca más se supo de aquella pareja perfecta.

 

 

TODO COMENZÓ CON UNA SONRISA

Por Andrea Antúnez

 

Todo comenzó con una sonrisa… con esa preciosa sonrisa.

Había una vez un niño, de no más de 9 años, sentado en un banco. El parque aún lleno de niños… él estaba solo. Todo en su rostro reflejaba decepción, tristeza y soledad. Sus cabellos rubios desprendían tonos dorados causados por la luz de aquel precioso atardecer. Sus ojos verdes, miraban al suelo, y otras veces, a los niños jugando, con algo de envidia.

Pasaron varios minutos en los que el chico no hacía nada más que suspirar y fruncir el ceño, mientras se acomodaba más en el banco.

Uno de los niños, que jugaba con un grupo, se acercó. Tendría su edad, y todo en él gritaba timidez, pero, al ver aquel chico del banco solo, no se resistió a acercarse y hacerse su amigo.

El chico rubio, observo al niño que se había acercado, mudo, como si temiese asustarle y volver a quedarse solo. Mientras sus ojos verdes lo observaban, él se sentía cohibido, mas no se fue, esperó, con las manos en los bolsillos, balanceándose levemente.

Después de que el rubio analizara cada parte de él sin imprudencia alguna, se limitó a volver a fijarse en sus ojos, eran muy raros, pues uno, el derecho, era azul; y el izquierdo, marrón. Entonces habló:

-¡Wow! ¡Qué ojos más raros tienes! – no disimuló su asombro. Inclinó su cuerpo hacia él para ver mejor aquellos llamativos ojos, aun sentado en el banco. Cuando vio que el chico se había quedado callado, algo sorprendido por aquella declaración inesperada, el rubio declaró, algo más cortado – quiero decir, son extraños, eso los hace bonitos.

Un viento de verano revolvió el cabello del chico cuyos ojos eran de distinto color, dejando su pelo negro azabache más revoltoso de lo que ya lo tenía por haber estado jugando. Él le dirigió una cálida sonrisa, mientras asentía, con un leve rubor en las mejillas.