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Entrevista a Pedro González-Trevijano

ENTREVISTA A PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO

Les invitamos a conocer, a través de esta entrevista, las opiniones y las experiencias adquiridas a lo largo de una dilatada carrera profesional de Pedro González-Trevijano 

En ella podemos saber lo que nuestro entrevistado piensa acerca de temas relacionados con la Educación a lo largo y ancho de la vida. ¿Qué piensa el que fue presidente del T.C. acerca de la nueva concepción de la educación formal? ¿Qué implica, desde el punto de vista del derecho constitucional, la educación a lo largo de la vida? ¿¿Qué podríamos hacer desde la sociedad y desde los centros educativos para desarrollar el conocimiento y respeto por las normas para procurar una buena convivencia?.

Estos temas y otros de igual interés serán abordados a continuación.

Pedro González-Trevijano es Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Rey Juan Carlos y, desde 2013 hasta Enero de 2023, ha sido magistrado del Tribunal Constitucional. Licenciado y doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid con Premio Extraordinario Fin de Carrera en ambos. Fue Subdirector del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales entre 1998 y 2002, Vocal de la Junta Electoral Central entre 2000 y 2013. Rector de la Universidad Rey Juan Carlos entre 2002 y 2013.

El 12 de marzo de 2018, la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, le eligió como académico de número, para ocupar la vacante en la medalla nº 13 de la Corporación. Ha publicado sobre materias vinculadas a la teoría del Estado, el derecho constitucional, la historia constitucional española y el derecho comparado.

El 19 de noviembre de 2021, tras la renovación parcial del Tribunal Constitucional, el Pleno le designó por unanimidad como Presidente del mismo, ​ siendo nombrado por el Rey el 23 de noviembre cargo que ocupó hasta la fecha de su cese el 9 de Enero de 2023.

Es nuestro mayor deseo que disfrutéis con la entrevista.

Muchas gracias.


En primer lugar agradecerle sinceramente que se haya prestado, tan amablemente, a esta entrevista dedicada en esta ocasión a la educación a lo largo y ancho de la vida. La revista DEBATES del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid y sus lectores le dan las gracias.

 

CECM: Hemos pasado de una concepción de la educación formal, limitada en los tiempos de escolarización y en el espacio de los centros educativos, a una concepción de la educación más amplia, vinculada a un aprendizaje permanente que se desarrolla durante toda la vida. Así se recoge en los informes internacionales de la UNESCO y en nuestra legislación educativa, ¿Qué cambios han podido contribuir a esa nueva concepción de la educación?

 P.G.T.: Vivimos en un mundo en el que la tecnología juega un papel cada vez más determinante, dejando una profundísima impronta en todos los ámbitos laborales, pero también en el seno mismo de la sociedad, e incluso en el concepto que tradicionalmente hemos entendido por cultura. El impulso globalizador, la incesante actualización que impone el universo digital sobre todo en las generaciones más jóvenes, el intercambio casi instantáneo de comunicaciones que superpone los acontecimientos y las noticias que dan cuenta de ellos… Toda esta vorágine exige de nosotros adaptabilidad, versatilidad, creatividad, y lógicamente da un nuevo significado a la expresión “formación continua”. Hoy es normal desarrollar nuestra vida profesional no ya en distintas partes de nuestro país, sino en diferentes Estados, culturas y aun continentes.

De todas maneras, si lo vemos desde otro punto de vista, la verdadera educación de calidad siempre ha buscado, por encima de cualquier otra consideración, suscitar la curiosidad, lo que implica combinar las más disímiles ramas del conocimiento. La realidad nunca es sencilla de compartimentar y menos de encapsular. ¡A mí, por ejemplo, me interesa casi todo! De igual forma, por ello, el hombre o la mujer, hoy como ayer, y me atrevería a decir que como mañana, debería seguir aspirando al humanismo. Una persona humanista es, ante todo, alguien devorado por la curiosidad, que se sitúa más allá de cerradas disciplinas concretas o de saberes herméticamente especializados. Y así, por ejemplo, que semiólogos y filólogos trabajen junto con ingenieros y matemáticos en el desarrollo de la inteligencia artificial me parece la conclusión lógica de esta indubitada realidad fáctica.

Por otro lado, más allá de las leyes, y pese a que por supuesto una educación pública de calidad sea uno de los superiores logros de todo Estado avanzado que se precie, a mí siempre me ha resultado esencial la importancia de la familia en el crecimiento y desenvolvimiento personal. La educación a través del ejemplo constante de nuestros mayores es también un “aprendizaje permanente a través de toda la vida”. Como argumentaba bien Lord Chesterfeld, en una de las cartas que escribió a su hijo para instruirle en las más variadas facetas de la vida, –y parafraseo- “que a la civilidad la llaman los romanos humanitas, y no dudes que tu reputación y éxito en el mundo dependerán en buen grado de la buena educación que llegues a poseer”. Una verdad hoy tan actual, como lo era en el lejano siglo XVIII. 

 

CECM: ¿Qué considera que podría implicar la satisfacción de este derecho a la educación como un aprendizaje a lo largo de la vida?

P.G.T.: En primer lugar, hay un deber por parte del Estado que es crucial y liminar. Y, además, de todo punto irrenunciable por parte de los poderes públicos.

En línea con la apreciación que acabo de hacerle, considero firmemente que el derecho a la educación, recogido en el muy prolijo artículo 27 de nuestra Constitución de 1978, constituye sin duda una de las grandes conquistas sociales de nuestro tiempo, explicitación de nuestro Estado social y democrático de Derecho. El primer apartado de ese artículo 27 reconoce así expresamente el derecho a la educación, sin orillar la libertad de enseñanza, al tiempo que consagra más adelante por primera vez la autonomía universitaria en tanto que derecho constitucional. Como sabemos, el apartado 10 del artículo 27, desarrollado por la Ley Orgánica de Reforma Universitaria de 1983, así como por la Ley Orgánica de Universidades de 2001, ha tenido un peso muy notable en la modernización de España.

Yo soy Catedrático de Derecho Constitucional por una Universidad Pública, y durante más de un decenio he sido Rector de esa misma Universidad Pública. Soy un acérrimo defensor por lo tanto del sistema público de educación superior, pero sin que ello me lleve a estigmatizar, ni mucho menos, a la Universidad privada. Ambas pueden y deben coexistir ante las crecientes demandas de mejor educación y formación. Es una opinión, sin duda personal, pero creo que la Universidad Pública ha hecho mucho por la transformación y culturización de España en las últimas décadas. Pensemos no sólo en el acceso abrumador de la sociedad al conocimiento a través de los centros docentes, sino también en el gran esfuerzo realizado para incrementar la calidad y cantidad de la investigación, tanto la más teórica, como la más práctica. A día de hoy la parte principal de la investigación se anuda a las universidades, sin las cuales ésta no se puede entender e impulsar, más allá de las insuficiencias y los déficits todavía existentes.

En este contexto, otros poderes y órganos de nuestro Estado han resultado igualmente decisivos en la configuración de la educación en España. Sin ir más lejos, el propio Tribunal Constitucional también se ha pronunciado desde sus inicios sobre esta cuestión, y no en pocas ocasiones. Existe así una numerosa jurisprudencia, como la STC 5/1981, sobre la Ley Orgánica 5/1980 relativa al Estatuto de Centros Escolares; la STC 176/2015, referida a la Ley Orgánica 6/2001, de Universidades, en la redacción dada por la Ley Orgánica 4/2007; o la STC 31/2018, sobre la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa.

No escapa a nadie que esta frecuente litigiosidad ante el máximo intérprete de la Constitución ilustra, en realidad, el hecho de que no hemos sabido alcanzar una verdadera política de Estado en esta materia, la cual sea fruto de un convergente consenso, y por ello alejada de la confrontación entre partidos.

En segundo lugar, reconociendo el papel troncal del Estado, estimo pertinente reivindicar una mayor implicación en el fomento educativo tanto por parte de la sociedad civil como de las empresas. ¿Cuántos institutos, “think tanks”, centros de pensamiento, no hay en el mundo anglosajón? ¿Cuántas fundaciones no nacen de la filantropía en Estados Unidos o en el Reino Unido? De esta suerte, también ligar empresa y educación sigue siendo ineludible. Pensemos, sin ir más lejos, en el caso de Alemania.

En este mismo ámbito, europeizar e internacionalizar nuestra educación es algo prioritario, tanto por lo que recibimos como ciudadanos como por sus efectos sociales. Desde su creación, la Universidad –en Bolonia, en Oxford o en Salamanca- ha resultado primordial en el nacimiento y desarrollo de una conciencia paneuropea. Acaso hoy más que ayer, programas de la Comisión Europea como “Erasmus” o “Sócrates” resultan tan valiosos para formar a los ciudadanos europeos como para conformar ciudadanos de verdad europeos. La forma tal vez más bella e intensa de educación es la que acarrea el viaje, la percepción del otro y de lo otro, el conocimiento de uno mismo por vía de la alteridad.

Y por último, en tercer lugar, permítame que insista en que, por encima de la Constitución y de su desarrollo legislativo, la educación es un proceso más íntimo y más integral. Y es algo que yo concibo como un esfuerzo personal, que ocurre y transcurre a lo largo de toda la vida. Recordemos, en este sentido, la “paideía”; esto es, el modo en el que se concebía la educación en la Grecia clásica. Se trata de forjar un ideal de educación, que busque convertir a los niños en ciudadanos, en personas libres, más allá de conocimientos concretos y especialidades singulares. Esto es, hemos de ser capaces de conjugar una educación intelectual con una educación ética vertebrada sobre valores. Esta es una de las causas por la que la propia Constitución ampara el derecho de los padres a poder brindar a los hijos la formación religiosa y moral de acuerdo con sus convicciones.

En definitiva, estamos en un contexto que demanda un aprendizaje global, perseverante, de conocimientos, sí, aunque también hondamente ético, lo que provoca la necesidad de que perviva el ideal clásico de formación que menciono, pero adaptado lógicamente al mundo de hoy.

CECM: Nos preocupa que la participación ciudadana y el respeto por las instituciones y los procedimientos democráticos pueda descender. ¿Cómo se podría afrontar su fortalecimiento?

P.G.T.: Es cierto que vivimos tiempos complejos y convulsos. Y así resultan motivo de comprensible desasosiego el exceso de información junto con el auge de las “fake news”, la exagerada polarización política y hasta social, el debilitamiento institucional, la desconfianza ciudadana, el desafecto por la política, la debilidad de la sociedad civil… El último índice de “The Economist” sobre la calidad de la democracia en el mundo señala un declive general que es muy desazonador, y que año tras año se va perfilando como una ominosa tendencia, perceptible con facilidad en una Europa la cual, paradójicamente, se erige en baluarte no pocas veces de prosperidad, libertad y cohesión social.

En este sentido, la educación es una herramienta absolutamente esencial para defender nuestras instituciones, nuestra Nación, nuestros valores y nuestros sistemas democráticos. Alguna vez he referido una cita de François Mitterrand, según la cual, “en nuestros días, para conquistar la sociedad no es necesario tomar los cuarteles de invierno, sino tomar la escuela”. Este aserto, que se puede calificar como válido durante el pasado siglo, corre sin embargo el riesgo de quedar desfasado en un mundo en el que la Inteligencia Artificial puede generar discursos políticos aparentemente fidedignos, pero en última instancia falsificados, y en el que capas crecientes de la población obtienen información en bruto, muchas veces acrítica y falsaria, a través de las imparables redes sociales. Un mundo en el que la generación de contenidos es global y en cuyo interior los pertinaces enemigos de la democracia aprovechan nuestras sociedades abiertas.    

Para encarar estos retos, necesitamos por tanto erigir la educación en una verdadera política de Estado, algo que en nuestro país no hemos ido capaces de construir en estos años, sustraída en demasía a los rácanos vaivenes partidistas.

Y déjeme que le ofrezca, en esta línea, una observación que puede parecer contraintuitiva: en aras de la consecución de esta exigencia, se vuelve cada vez más acuciante colmar ese abismo entre las dos culturas, la humanística y la científica, de la que ya nos hablaba Charles Percy Snow en los años 60 del siglo XX. Entonces y también ahora, sigue siendo cierto que personas objetivamente cultas no pueden describir la “Segunda Ley de la Termodinámica” o definir conceptos físicos como los de masa o aceleración. Por no mencionar, desde el lado humanístico, a muchas otras con grandes habilidades técnicas pero que pueden no haber leído una sola obra de Shakespeare o que incluso no poseen el hábito de leer más allá de su disciplina. Y esto sucede, no lo olvidemos, en una época en que todos escuchamos hablar sin cesar, entre otras realidades, de los recurrentes algoritmos.

CECM: ¿Considera que otros agentes sociales, más allá de la escuela o de la familia, podrían asumir alguna función en la educación?

P.G.T.: Pienso que en las preguntas anteriores ya he dado una respuesta a su pertinente pregunta. En efecto, sostengo que los agentes sociales están llamados a desempeñar e impulsar un rol creciente en la educación. Creo en una educación que podemos denominar holística: todo suma, todo contribuye, todo complementa. Es especialmente importante que a través de la sociedad civil se fomente la participación de todos, jóvenes o no tan jóvenes, en cuestiones socialmente relevantes, como puede ser la protección del medio ambiente o la promoción de la paz en todas sus formas. Ello también es, por supuesto, educación. Y, además, con mayúsculas.

CECM: El conocimiento y el respeto por las normas es esencial para procurar una buena convivencia. ¿Qué podríamos hacer desde la sociedad y desde los centros educativos para desarrollar este conocimiento y respeto por las normas?

P.G.T.: Sin ánimo de entrar en cuestiones políticas, de las que comprenderá me debo abstener, recojo no obstante el guante que me lanza, y de forma general coincido en la alta importancia de concienciar a la ciudadanía sobre lo básico que es, por ejemplo, el Estado de Derecho. Sin seguridad jurídica, como está bien demostrado, no puede propiciarse un desarrollo político y económico sostenido.

En tal sentido, quizás estaría bien plantear que en los colegios se impartiese algún tipo de introducción al Derecho, de forma que nuestros jóvenes adquieran nociones sobre qué es una norma, qué supone vivir al amparo de una Constitución, qué implican los derechos fundamentales -pero también los deberes-, qué es técnicamente una democracia o cuáles son los grandes logros de nuestra integración política, institucional y por ende jurídica en la Unión Europea. A tal efecto, era modélico lo previsto en la Constitución de Cádiz de 1812, cuando disponía en su artículo –creo- 368 que “debía explicarse la Constitución política de la Monarquía en todas las universidades y establecimientos literarios”. A fin de cuentas, percatémonos de que algo tan popular y común como viajar sin pasaporte por nuestro continente –para participar del programa “Erasmus” del que hablábamos antes- se deriva de la aplicación de una norma jurídica. Simultáneamente, habríamos de aproximarnos más a estos conceptos desde otras complementarias y distintas perspectivas, tales como la filosófica, la histórica, la sociológica, la económica…

El Tribunal Constitucional de España no disfruta, como es sabido, de estas competencias, pero otros órganos homólogos, como el de la República Dominicana, sí las acoge y ejerce. El artículo 35 de su Ley Orgánica le confiere así la capacidad de promover iniciativas de estudios relativas al Derecho constitucional y a los derechos fundamentales de la persona.

CECM: Es conocido su interés por el mundo clásico. ¿Qué aportan las humanidades y la cultura de los clásicos a la comprensión de un mundo desbordado por las tecnologías?

P.G.T.: Continuando con las reflexiones previas, el manejo tecnológico es prácticamente obligatorio para sobrevivir en el mundo de hoy. Es cierto, pero no podemos olvidar que las humanidades, los saberes clásicos, nos enseñan quiénes somos y de dónde venimos, como individuos y como sociedades. Son dos aspectos imprescindibles: el técnico, por supuesto, pero también el humanístico, que nos enseña ni más ni menos que a ser humanos. Los clásicos, incluso cientos o miles de años después, son contemporáneos, rabiosamente actuales. Nos interpelan. En cada lectura aprendemos. Encontramos nuevos significados.

“Las Meditaciones” de Marco Aurelio siguen siendo una magistral lección de ética. Lo mismo que se puede decir acerca de las virtudes y deberes del hombre que desgrana sabiamente Cicerón en su “De officiis”. Heráclito dejó escrito que el carácter determina el destino, pero para encontrar nuestro carácter –para encontrarnos, para saber quiénes somos- debemos formarnos, educarnos y ponernos a prueba previamente. No olvidemos tampoco la literatura como ficción, que también muestra quiénes somos a través del ejemplo de otros, de aquellos quienes podríamos ser. Desde “El Quijote” hasta el concepto germánico de “ausbildung roman”, del que bebe “La montaña mágica” de Thomas Mann, la novela es asimismo un deslumbrante compañero para la completa formación de los jóvenes. Como lo son la poesía, el teatro y el ensayo.

Debemos conocer la historia para atisbar un origen, por medio del cual nos sea factible computar las complejas y en ocasiones contradictorias circunstancias que nos rodean. Perder la capacidad de “leer” una pintura, una escultura o incluso una catedral, supone una forma de amnesia, una merma y una mutilación que no deberíamos de consentir.

En el Salón de Actos del Tribunal Constitucional está expuesto un tapiz, manufacturado alrededor de 1550 en el taller del artista flamenco Andres Bloemaert, que describe la piedad que siente Alejandro el Magno ante la esposa y las hijas del Rey persa Darío, vencido éste y huido tras su derrota. Es uno de los más conocidos ejemplos de generosidad y grandeza de alma de la historia antigua. Saber identificar y aprehender el sentido de esa escena nos pone en conexión con toda una tradición precedente de la que no podemos prescindir.

Aprender las distintas ideas que el cerebro humano ha engendrado de una idea, como la de la justicia a través de la historia, de Platón, Aristóteles, Ulpiano, San Agustín, Locke, Hobbes, Kant o Rawls, nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a regular las relaciones sociales en un mundo cada vez más inter conexionado. ¡Cómo vamos a prescindir de la literatura o del arte si en ellos descubrimos el diario asombro de estar vivos!  La cultura, que en la mayor extensión del término ha desembocado en el llamado “Estado de la cultura”, nos permite ser más sabios y por tanto mejores. ¡Y no hay seres cultos que no sean educados! No se dejen engañar por interesados cantos de una sirena grosera y amorfa. Relean “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset y percibirán la actualidad de muchas de sus clarividentes consideraciones. Humanidad, educación y cultura, como reclamaban ya griegos y romanos, y como le aconsejaba más tarde Lord Chesterfeld a su hijo, perviven como referentes inexcusables del hombre y la mujer integrales de hoy.