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Visor

Unas palabras sobre educación, jóvenes y teatro

Para mí, teatro y educación han estado siempre unidos. Así me lo inculcaron mis padres desde pequeña, y siempre le he otorgado un papel muy específico al teatro en mi formación y, a la larga, en mi visión del mundo. Por lo mismo, el teatro ha formado parte siempre de mi labor docente. Todos los años llevo a mis alumnos al teatro, como parte de las actividades del departamento, y a veces también los acompaño en salidas voluntarias, nocturnas y alevosas. Los he visto aburrirse como locos a veces (y yo) pero las más, disfrutar como locos. De hecho, con pocas cosas los he visto disfrutar tanto como con una obra de teatro que les ha gustado. Hemos asistido a espectáculos teatrales de todo tipo: clásicos, modernos, contemporáneos y teatro para jóvenes (quiero decir obras dirigidas a los jóvenes, en muy raras ocasiones adaptaciones de clásicos para jóvenes, que es un género que, salvo honrosas excepciones, ni a ellos ni a mí termina de convencernos). Creo que la mayor parte de mis chicos se ha dado cuenta de que el teatro también -y quizá sobre todo- les habla a ellos y habla de ellos, que es un arte rotundamente popular, para cualquier edad y en cualquier época, que en el teatro lloran y ríen, atisban el cielo y se enfrentan al abismo, y que el arte, la literatura y la cultura se pueden vivir y se pueden enseñar, vivitos y coleando, sobre las tablas de un teatro (y que a los actores y actrices se les puede seguir luego en Instagram, lo cual es un plus). Este convencimiento de que el teatro es algo que conecta profundamente con los más jóvenes, y lo gratificante que me resulta poder ejercer de Virgilio por los círculos de la humana comedia, es lo que me ha llevado también a la tarea de realizar guías didácticas de espectáculos teatrales.

"Así me lancé a incorporar el teatro (ya no solo las salidas teatrales sino la práctica teatral) como parte de las clases"

Pero además, desde hace unos años, he tenido la fortuna de caer en un instituto con Bachillerato de Artes, y la mayor suerte todavía de poder encargarme de las clases de Artes Escénicas y de Literatura Universal. Lo bueno de dos asignaturas que permiten una cierta libertad a la hora de organizar los contenidos y la metodología, y que en sí incluyen la educación artística como parte del programa, es que puedes escapar de la clase convencional y probar y dar a probar otras cosas. Así me lancé a incorporar el teatro (ya no solo las salidas teatrales sino la práctica teatral) como parte de las clases. Y descubrí que muchos de mis alumnos llevan dentro una pasión por el teatro, a veces desconocida, a la que convocar. Desde entonces, el teatro ha entrado a formar parte de mis clases para no irse más y debo decir que, de mis vivencias teatrales varias, esta es de las que tengo por más valiosas y personalmente satisfactorias. Y quizá lo mejor que puedo aportar en este escrito sea mi experiencia real con la educación, los jóvenes y el teatro. Por supuesto, no es la única posible y solo pretendo sugerir ideas para que cada quien se quede con lo que le parezca.

"Romeo y Julieta fueron dos adolescentes homosexuales separados por la pared de un baño de instituto, y dos adolescentes heterosexuales que se tiran piedrecitas a la ventana por la noche en la más hortera tradición Crepúsculo"

Tomo, como punto de partida, el trabajo que llevé a cabo el pasado curso con mi grupo de Literatura Universal, de primero de Bachillerato, y que he repetido este, con idéntico éxito. Les propuse, y no les pareció mal, acercarnos a Shakespeare a partir del montaje de escenas de sus obras. Apenas una alumna había hecho teatro previamente y pocos estaban familiarizados con los textos del poeta inglés. Seleccionamos una serie de escenas. Leímos y comentamos los fragmentos. Llevaron a cabo una pequeña adaptación dramatúrgica. Realizaron, en pequeños grupos, una propuesta de puesta en escena; y, sobre esa propuesta, trabajamos (por supuesto, no contábamos con más espacio ni más recursos que los del aula corriente y moliente en la que dábamos clase).  Romeo y Julieta fueron dos adolescentes homosexuales separados por la pared de un baño de instituto, y dos adolescentes heterosexuales que se tiran piedrecitas a la ventana por la noche en la más hortera tradición Crepúsculo. A Hamlet lo convertimos en un joven solitario y desesperado que busca respuestas ante la muerte de su padre. Titania y Oberón acudieron al psicólogo a discutir las claves de su crisis matrimonial; las tres brujas de Macbeth se parecían mucho a tres estudiantes chismosas que planean hacer bullying a otra; Otelo nos recordó al novio celoso y violento que es capaz de hacer lo que sea por confirmar sus sospechas. Coeducación, educación transversal y en valores todo en uno y, además, con la posibilidad de asomarse a todas estas problemáticas desde una perspectiva infinitamente más rica y compleja que la que podemos ofrecer en un taller extraescolar de dos horas (¡y sin pines parentales!).

unas palabras sobre educación, jóvenes y teatro

Sin embargo, y pese al interés natural que estos temas suscitan en esas edades, lo que más fascinación les causó fueron, precisamente, los aspectos que constituyen la esencia del teatro, y en ellos quiero detenerme. El primero fue la comprensión de la sinécdoque teatral. Asistir a la posibilidad de transformación de unos pocos elementos que no son fijos sino activos y que se pueden tornar en símbolos esenciales les entusiasmó: la persiana de la clase revelaba no solo la luz en el oscuro dormitorio de Desdémona sino también el progresivo encelamiento de Otelo. Una mesa en vertical (y un rollo de papel higiénico que sustrajimos del baño con fines artísticos) convertía de inmediato el aula en los baños públicos en los que Romeo escuchaba a Julio, quien se creía a solas, manifestar su amor por él, y simbolizaba la incomprensión social que se levantaba entre ambos; las brujas eran adolescentes fumadoras clandestinas y las llamitas de sus mecheros no solo las iluminaban como fuegos fatuos, sino que eran indicios de la hoguera de odio en la que ardería su próxima víctima. Hamlet, en la tradición del mejor romanticismo, perseguía frenético un haz de luz inalcanzable al que creía su padre entre los pupitres-tumbas de una clase a oscuras, cuyos alumnos observaban la escena en silencio como difuntos del cementerio. Los adolescentes son literales y son figurativos. Dicen que porque matamos su creatividad. Puede ser, pero además me parece que en el estado de construcción personal continua propia de su edad buscan certezas, frases hechas, a veces maniqueísmos. Es cierto que el hecho cotidiano y obligado de la educación reglada los recubre (a ellos y a los profes) de una especie de pereza intelectual, de un deseo de quitarse las obligaciones de encima con el menor esfuerzo posible. Sí creo que contribuimos a asesinar y enterrar su creatividad (y su capacidad crítica y su inteligencia) si les damos lo que buscan, si les ofrecemos soluciones sencillas a problemas complejos, frases o caminos ya hechos. Si los profesores tenemos alguna labor importante, es la de destruir sus certezas y ponerles en riesgo (intelectual, claro). Enseñarles que pocas preguntas tienen respuesta, que hay más riqueza en comprender que en emitir juicios, que hoy en el insti puede que no sean Alejandro Fernández y Ana Pérez sino Segismundo, Lady Macbeth, Ubú, la señorita Julia, la Novia o Torvald Helmer, o que de su clase de siempre, con su ventana, sus mesas y sillas, sus mecheros, bolis, abrigos y mochilas, y hasta de un rollo de papel higiénico, si ponen a trabajar su imaginación, puede surgir la magia.

"El segundo gran descubrimiento para ellos fue el del cuerpo. Darse cuenta de que su cuerpo, incómodo y frágil,
era un potente medio de expresión y de comunicación"

El segundo gran descubrimiento para ellos fue el del cuerpo.  Darse cuenta de que su cuerpo, incómodo y frágil, era un potente medio de expresión y de comunicación. Que si pones el cuerpo en problemas, este reacciona. Que pueden modificar la propia energía y encarnar a alguien completamente distinto de ellos. Que el conflicto de los personajes es un conflicto físico que se acusa y se expresa en el cuerpo, en la mirada, en la voz, en la respiración, en el espacio, con el otro. Y a mí me dejaron estupefacta con su rigor, su compromiso y su valentía. No se achicaron ni se desinflaron cuando les pedí cosas que nunca habían hecho, comprometidas y expuestas, cuando tuvieron que mostrarse, probar, equivocarse y volver a probar ante los otros, cuando intentamos abandonar los estereotipos y encontrar algo auténtico y diferente. Quizá, entre todos los efectos beneficiosos que el teatro podría tener sobre la educación los dos que se derivan de la experiencia del cuerpo expresivo sean los más importantes. El primero, que da la posibilidad de vivir lo que se aprende, de experimentarlo en el propio cuerpo, con las propias emociones. Porque, como todos sabemos, hay cosas cuyo aprendizaje no se puede obtener de los libros. Es cuestión de experiencia, no de teoría. Y, el segundo, que otorga un lugar a esa posibilidad tan humana de la metamorfosis, la capacidad de ser otro, de ser muchos, de ser quien quieras ser.

unas palabras sobre educación, jóvenes y teatro

Debería haber más teatro en las escuelas (no exclusivamente: también más Filosofía, una asignatura sobre El Quijote, aire acondicionado en las aulas, y comida rica y sana en los comedores). En Primaria, pero sobre todo en Secundaria. No es una queja al sistema, ni a las políticas educativas (que también podría). Es algo de lo que los profes podemos responsabilizarnos. Nosotros también somos sistema educativo. Lo que hacemos con ellos en clase es sistema educativo. Tenemos la obligación moral de enseñarles cosas que merezcan la pena, que les sacudan, que contribuyan a su formación y educación física, espiritual y sentimental; de ayudarles a descubrir quiénes son al verse reflejados en lo que son capaces de crear, a cultivar sus capacidades para una vida con sentido, a aprender cosas que quizá no van a aprender fuera, a encontrar sus propios valores; debemos valorarlos, respetarlos y esperar mucho de ellos. El teatro es una manera de conseguirlo, porque es la forma de saltar -con doble mortal y pirueta- la brecha entre el intelecto y la emoción, de incorporar en la enseñanza los sentimientos como forma de cognición. Es la manera de reconocer en los personajes las claves del sentir y del comportamiento humano, de relacionarse con los demás, de ejercer el supremo arte de la imaginación, de hacer y ser lo que les dé la gana, de someter la realidad a un estado de excepción. De romper fronteras, mesas, órdenes establecidos. Lo único que necesitamos son profesores formados. Que sepan de teatro, hayan hecho teatro y amen el teatro. Nada más (y nada menos).

"Hay otra cuestión que me parece esencial y que revela una vez más ese lugar natural que el teatro puede ocupar en el aula, que es su común dimensión colectiva"

Hay otra cuestión que me parece esencial y que revela una vez más ese lugar natural que el teatro puede ocupar en el aula, que es su común dimensión colectiva. Mayorga señala en su Razón del teatro la cualidad asamblearia del teatro. Lo mismo ocurre con una clase, que es específicamente una comunidad de aprendizaje. Eso nos da un lugar muy concreto desde el que trabajar. Una especie de foro desde el que, a través del diálogo, podamos contribuir a la conformación de una comunidad crítica. Y el teatro puede ayudar a ello al poner en pie -al crear- ante nuestros alumnos la filosofía, la poesía, la historia, la cultura. Creo que el teatro es -casi siempre- crítico por naturaleza. Y creo que es -casi siempre- complejo por naturaleza. Es en esa complejidad, en esa ambigüedad moral, en esas preguntas sin respuesta, donde nuestros alumnos pueden comprender el valor de la cultura, de la memoria o de la disidencia, y ser conscientes de que ellos forman parte de ese tapiz complejísimo de la cultura, entendida como reflejo de la experiencia humana, que venimos tejiendo desde que el mundo es mundo.

unas palabras sobre educación, jóvenes y teatro

Para terminar, me parece que el teatro puede ser fundamental en otro aspecto más relacionado con la educación y vital para la formación -profunda- de las generaciones jóvenes: se trata, por supuesto, del lenguaje. El lenguaje lo es todo: la singularidad pero también el vínculo entre los seres humanos; la materialización del pensamiento complejo y de las emociones; en lo que radica nuestro poder de persuasión o de razonamiento con el otro. Estar en posesión de la palabra, nos da poder sobre nosotros mismos, y a veces también sobre los otros. Puede hacernos ricos o pobres, libres o presos. Estamos demasiado acostumbrados al parloteo. A que cuando hablamos, entre nosotros, en la televisión, en las redes sociales, no estemos diciendo nada. También en educación, demasiado frecuentemente, la palabra que brindamos a nuestros alumnos está vacía, es un lugar común, o es mera transmisora de información. Debemos tener la voluntad de establecer un diálogo auténtico con nuestros alumnos, el único diálogo válido, y el empeño de conseguir que nos respondan en la misma medida. El teatro, ese lugar donde cada palabra debe ser una flecha que se clava en su destino, en la que no se dice nada que no sea de vida o muerte, puede ser la gran herramienta para que ellos reconozcan ese lenguaje auténtico y honesto, esa verdad de la palabra necesaria. Para que quieran para sí el dominio del lenguaje y de la belleza de la palabra, para ganar esa riqueza y esa libertad que solo ser dueños del lenguaje nos puede otorgar.

"Me parece que el teatro puede ser fundamental en otro aspecto más relacionado con la educación y vital para la formación -profunda- de las generaciones jóvenes: se trata, por supuesto, del lenguaje"

Hasta aquí mi experiencia con el teatro, los jóvenes y la educación. Imaginación, símbolo, cuerpo, emoción, colectividad, crítica y lenguaje. Por qué no abrirles esa puerta a nuestros alumnos, por qué no animarlos a que arriesguen, crucen el umbral y se pongan en camino y que encuentren en ese bello juego de espejos que es el teatro la posibilidad de verse a sí mismos reflejados en los otros.

unas palabras sobre educación, jóvenes y teatro


Julieta Soria García-Pomareda
Profesora de Artes Escénicas
y Literatura Universal