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Visor

¿Formación o Vocación Profesional? El autoconocimiento para humanizar la técnica

Tengo el privilegio de formar parte del sistema educativo público. En concreto, impartiendo clases en ciclos de Formación Profesional dentro del ámbito de la Intervención Sociocomunitaria, y más específicamente, formando educadores infantiles. Desde mis inicios hasta el día de hoy han sido dichos aprendizajes los que me han ido permitiendo posicionarme. 

Las conclusiones han sido el lento sedimento del contacto diario con jóvenes que desean convertirse en educadores, lo que ha potenciado aún más mi labor docente, pues educo a otros que, a su vez, serán quienes ayuden a sentar las bases socioafectivas y cognitivas de futuras generaciones.

Trinidad Lara Daganzo.
Autora : "Enseñamos lo que somos"

 ¿Formación o Vocación Profesional? El autoconocimiento para humanizar la técnica

Según la RAE, formación es la acción o efecto de formar o de formarse. Dicho de una persona hace referencia a la adquisición de la preparación intelectual, moral o profesional. Cualquier profesión requiere de esta. Ahora bien, ninguna formación logrará su culmen, si antes, no va precedida de la vocación pertinente.

 La vocación, por su parte, hace alusión a la inclinación genuina de un individuo hacia una profesión. Una especie de impulso no racional que nos invita a lugares en los que nuestro ser vibra de forma armónica. Un mensaje que orienta nuestra dirección, y que, nutrida con su pertinente ciencia, dará sentido al vivir. Mi pregunta es ¿es posible la escucha de tal inclinación sin un previo autoconocimiento de quien decide? Es más, ¿puede un profesorado que no ha transitado aún su autoconocimiento ayudar a su alumnado?

"La vocación, por su parte, hace alusión a la inclinación genuina de un individuo hacia una profesión"

Desde sus inicios, la Formación Profesional, ha sido concebida por la mayor parte de la población como la alternativa mediocre dirigida al alumnado que no alcanza los estándares de “calidad” para acceder a la Universidad.

“Animamos” a los estudiantes a que descubran su vocación, pero cuando lo hacen, nos encargamos a través de las pruebas EvAU (Evaluación para el Acceso a la Universidad), de impedirles el acceso a aquello en lo que serían realmente buenos y felices solo porque no alcanzan una nota. Castramos la inspiración para desarrollar aquello por lo que sienten pasión simplemente porque los exámenes de otros conocimientos innecesarios no son suficientes de acuerdo a unos baremos que oscilan cada año. Les victimizamos por no poder, obstaculizando sus verdaderos ingenios y ocasionando un futuro perjuicio a la sociedad, que se verá privada de ellos. Es necesario dar cabida en las programaciones didácticas a contenidos esenciales: mirarse, escucharse, respirar, vagar, contemplar, crear, parar y reconducir porque quizá necesitemos coger otra ruta. Este virar corresponde a los educadores (docentes y familias) y a la administración. La transmutación ha de empezar por nosotros y desde nosotros.

Hay quienes, desde muy temprana edad, tienen claro su elemento. Otros, en cambio, desconocen la disciplina sobre la que podrían desarrollar sus mejores talentos y disfrutarlos. Y los hay que sienten el impulso hacia campos distintos de manera simultánea. Luego está el factor de si los educadores y familias contribuyen o entorpecen que este potencial sea descubierto y evolucione, o sea socavado por mercantilistas expectativas socioculturales.

Nos encontramos con demasiadas incoherencias. En las bases para determinadas oposiciones docentes, en cuanto a formación, se requiere para poder acceder a las pruebas cualquier licenciatura o ingeniería, aunque nada tuvieran que ver con las futuras materias docentes que impartas. Yo no lo comprendo, pero gracias a esa quijotesca manga ancha pude presentarme y dar a luz al elemento que da sentido a mi profesión: ayudar a otros a encontrar el suyo propio.

Llegados a este punto, seamos honestos. El bagaje profesional no se adquiere en cursos esporádicos de formación del profesorado ni por ser licenciado en una materia. Este poso nace de un profundo compromiso y un quehacer autodidacta diario por parte de los educadores que vibren en una sintonía educativa consciente.

No es casual que Finlandia goce de una buena salud educativa. Los aspirantes a educadores han de pasar una serie de pruebas entre las que se encuentran un examen especial que se llevan a casa, en donde evalúan su pensamiento crítico y sus argumentos respecto a la ciencia de la educación, y entrevistas personales en las que se valora la vocación docente, así como sus habilidades comunicativas y en inteligencia emocional. Este es un filtro indispensable para que los docentes que se incorporen al colectivo tengan realmente una actitud filosófico-emocional.

"El bagaje profesional no se adquiere en cursos esporádicos de formación del profesorado ni por ser licenciado en una materia"

Hemos enloquecido con las inversiones tecnológicas invadiendo los centros educativos con tablets, ordenadores, programas informáticos y multilingüismos varios. Todo ello promueve la adicción a la celeridad, pero resulta del todo incompatible con la pausa necesaria para la regeneración corporal, mental y anímica. No es la conexión electrónica, sino la conexión social lo que permite formar la personalidad a través de la inmersión en un entorno humano. Estamos convirtiendo los centros educativos en páramos yermos de miradas y sonrisas.

Concretemos algunos ejemplos relacionados con la oferta de cursos de formación del profesorado, atestada especialmente por las competencias digitales: «Crea tu aula virtual», «Inteligencia artificial en centros educativos», «El móvil como herramienta educativa», «Enseñar a distancia», «Píldoras TIC para docentes inexpertos» o «Crea tu Blog» entre otros que, junto con la masiva oferta idiomática, copan un máximo porcentaje del listado formativo.

Afortunadamente, y aunque sea en una mínima proporción, cada vez somos más los educadores que vemos la necesidad de plantear otro perfil formativo. En algunos centros asoman tímidamente seminarios con títulos alentadores: «Mindfulness y gestión emocional», «Neuroeducación» o «Pequeños filósofos para crear grandes personas».

Somos muchos los que hemos llegado a la conclusión de que, pese a los obstáculos que la vida va poniendo en nuestro camino, la felicidad guarda estrecha relación con la tranquilidad interior. Sin embargo, cuando lo interno no se cuida, resulta estoico soportar los continuos zarandeos académicos sobrecargados de prisa, ruidos constantes, exceso de contenidos, desánimo, rabia, miedo y falta de reflexión. Ya hay quienes auguran como carreras del futuro la psicología y la filosofía. La primera para sanar la vorágine mundana en la que estamos; y la segunda, para edificar un modo de pensar y sentir saludable que nos conduzca a nuevos comienzos.

La integridad del ser humano no la proporcionan únicamente los medios materiales y tecnológicos, la instrucción y las notas, sino educadores comprometidos con una vocación que no se desvíe del conocimiento de uno mismo como único camino hacia la libertad. Necesitamos el respaldo de equipos directivos proactivos y sensibles que lancen a sus claustros preguntas interesantes y profundas: «¿En qué os podemos ayudar?, ¿qué necesitáis?, ¿hacia dónde caminamos y por qué?». Claustros donde se hable de EDUCACIÓN y no de estadísticas acerca de resultados y partes disciplinarios. Docentes encaminados a tender una mano a sus estudiantes hacia su descubrimiento que nada tiene que ver con alcanzar profesiones prestigiosas ni adineradas, sino con dedicar sus vidas al constante conocimiento personal. Maestros que acompañen a los estudiantes a descubrir sus talentos desde la integridad, y no desde los valores plastificados a los que se honra. Se requiere un profesorado comprometido, consciente, paciente, comprensivo y afectuoso.

Formar este tipo de docentes es el núcleo primordial de nuestro corazón educativo. ¿Acaso podemos enseñar lo que no somos? Hasta que esto no suceda, nuestra profesión, en vez de desprender honorabilidad y respeto profundo, no gozará de la relevancia social que verdaderamente tiene. Siento reiteradamente que, en esta profesión de extraordinaria belleza y trascendencia, el rol del educador está desvirtuado e infravalorado por factores sociales, políticos y económicos que asfixian la luminosidad que debería desprender. Imagen de mujer de espaldas que ilustra el articulo de la profesora Trinidad Lara Daganzo del IES Villablanca. Comunidad de Madrid.

Cómo alumbrar generaciones sin que antes hayamos hecho brillar nuestra propia luz, es una idea que martillea mi cabeza.

Hasta que el papel del educador no consista en arrancar las vendas del miedo y luchar contra la ceguera interna para lograr la verdadera comprensión de uno mismo, seguiremos sembrando derrumbe y sinsentido dentro y fuera de las aulas. Porque cualquier profesional, antes habrá sido educando. El verdadero reto es formar educadores que hagan brotar en los estudiantes unas alas de libertad que les permitan sobrevolar el mundo con perspectiva. Realmente, los profesores enseñamos aquello que nosotros mismos hacemos para autoeducarnos.

El asunto principal es deseducar al educador, en primera instancia, para su posterior reeducación. Este es el cimiento sólido de cualquier sistema educativo: las personas. Y, en consecuencia, de sociedades pacíficas.

"El verdadero reto es formar educadores que hagan brotar en los estudiantes unas alas de libertad que les permitan sobrevolar el mundo con perspectiva"

Sin embargo, existe una indefensión aprendida, especialmente en la educación pública, donde este tipo de planteamientos parecen inalcanzables e incluso utópicos. El pretexto de que dicho cambio es inviable reside en el acorazamiento sociopolítico. Excusarse resulta del todo inútil. Cada uno puede emprender acciones significativas en su labor diaria en pro de una educación emocional y filosófica.  Convirtámonos en docentes del «a ver qué pasa si».

El núcleo de debate, en educación, emerge de la naturaleza humana, que es lo común a todos. Generación tras generación, a pesar de los vertiginosos cambios sociales, si educáramos en la interioridad los jóvenes no serían autómatas adaptándose a las banalidades fugaces del momento histórico, sino que serían los verdaderos artífices de su propia realidad. Por lo que la piedra filosofal de las administraciones, pasa necesariamente por poner de manifiesto todo lo que nos hace humanos, garantizando el derecho a la educación y los medios necesarios, otorgando libertad de enfoques o modos de llevarse a cabo. Estos cimientos humanistas representan el eje educativo en torno al cual tejer el sentido de la vida. Y el sentido de la vida no es otro que el amor.

Olvidando que el amor pasa por la bondad, hemos incorporado como normalidad la insensibilidad al dolor ajeno en muchos ámbitos. Es improbable ser mal profesor siendo buena persona. No podemos obviar el trato sublime con el alumnado que está atravesando verdaderos dramas familiares.

La amabilidad nos engrandece como sociedad. Todos albergamos el deseo de ser reconocidos y amados. Es un acto de generosidad para con los demás. Les miramos con mayúsculas. La amabilidad es un impulso que requiere de coraje para poder tejer sociedades pacíficas. Siendo tan esencialmente humano, hemos desnaturalizado los lazos compasivos que nos hacen erigirnos y hacer frente a todas las circunstancias que la vida trae consigo tarde o temprano.

Para ser bondadoso, una vez más, hemos de conocernos. Juzgar resulta un acto violento cuando es el resultado de proyecciones cobardes de nuestros egos no aceptados. Nuestro desconocimiento nos precipita a comunicarnos de manera violenta o pasiva. Ser amable es ser valiente. Despojarse del traje de víctimas, y enfundarnos en la elegancia de la toma de uno mismo, nos acerca a la amabilidad.

Los amables se responsabilizan de su actitud y saben que, pese a las circunstancias externas, la última decisión en el bienestar propio les pertenece. Si fuésemos capaces de comprender esto en toda su extensión, para poder trasmitirlo en entornos educativos, nos acompañaríamos desde la empatía y el cariño. Educar en la asertividad es, por lo tanto, educar en el amor. Desde este enfoque es mucho más factible vislumbrar nuestra vocación.

Los educadores tenemos la responsabilidad y el privilegio de dejar una impronta con quienes nos comunicamos digna de ser recordada. Esa influencia nace de lo que somos, no solo de lo que sabemos. Por mucho que sepamos, si se genera una fractura en la conexión emocional habremos perdido la batalla. El lenguaje y el modo en el que lo empleamos representan el nexo con los demás.  El discurso educativo precisa de gusto y mimo. La sutileza con la que envolvemos nuestras palabras otorga veracidad al discurso. Reforzaremos de autenticidad el acto comunicativo cuando lo arropemos con una fluidez dialéctica que no nazca de la prisa. Una elocuencia nacida de una sólida asociación de ideas, y no del conocimiento ajetreado y superficial. Sobran docentes monologuistas de aplauso fácil que alberguen saberlo todo y equivocarse en nada, y escasean otros capaces de tejer con el alumnado redes de compromiso, fidelidad y afecto.

"Los educadores tenemos la responsabilidad y el privilegio de dejar una impronta con quienes nos comunicamos digna de ser recordada"

Para consolidar esta relación de admiración contamos con el don de la palabra, que representa para los educadores la llave de la actitud dialógica y del encuentro pleno. No hay educación sin comunicación, ni comunicación sin emoción, pues son los impulsos corporales que nos llevan a la acción. La palabra, y en especial cómo la empleamos, constituye el átomo de todo proceso comunicativo. Son la razón y la emoción lo que nos constituye como humanos. Apegarnos a teorías técnicas, apartando las emociones, deja del todo mutilado nuestro sistema educativo. Si educar es comunicar, no debemos monopolizar las aulas con soliloquios dogmáticos. Hablamos mucho y escuchamos poco. Existe pues un desequilibrio en la bidireccionalidad del abordaje comunicativo. Escuchar representa un acto de amor. No es hacer, no es decir, es estar para que el otro pueda ser.

La humanidad se encuentra vapuleada por la volatilidad e instantaneidad. El síndrome del ahorro de tiempo nos aboca a velocidades que atragantan el vivir. Esta tendencia confronta con la esencia educativa que, a mi entender, radica en contribuir al desarrollo de identidades consistentes que respiren la cadencia natural de cualquier proceso profundo. En consecuencia, uno de los retos de la educación en el siglo XXI pasa por conjugar los procesos sólidos y lentos de aprendizaje con la intrepidez cambiante de múltiples factores socioculturales. La amenaza radica en que el conocimiento, instantáneo y superficial, es trasladado al aula. Se precisa, más que nunca, una pedagogía resistente a la mutabilidad de los avatares sociales.

La educación permanente de cualquier profesional, no consiste en acumular conocimientos como quien acumula mercancías, examen tras examen, título tras título, durante toda la vida, sino en canalizar la indagación de nuestra verdadera personalidad, con la misma asiduidad con la que comemos o dormimos. La solidez personal es parte de nuestra misión. El autoconocimiento es el comienzo de la inteligencia. Diluye el miedo y abre las puertas al amor.

Imagen que ilustra el artículo de la profesora Trinidad Lara Daganzo. IES Villablanca. Comunidad de Madrid. La lentitud, el silencio y la soledad como bálsamos para desintoxicarnos de la avalancha de estímulos, resultan cruciales. Proporcionan el escenario indispensable para que el pensamiento crítico, haga su aparición como herramienta básica de autocuidado en medio de una sociedad exhausta.

Necesitamos un profesorado que, junto con las familias, apunten al «menos pero mejor». Avanzar hacia un minimalismo educativo que brinde espacios diáfanos, en las mentes y los corazones, donde sembrar sentido común y deseo de aprender. Menos es más, también en educación. Menos y más despacio, como dogma central de una educación más coherente con las necesidades de un ser humano sano. En el éxtasis de la rapidez, cualquier demora que implique pensar, debatir o crear incomoda a la comunidad educativa, espolvoreando una sensación de pérdida del tiempo. No estamos contrarrestando el desenfreno externo, ni en las aulas, ni en los hogares. Simplemente zozobramos en un vendaval que nos impide proyectar una perspectiva nueva, pausada y propia. Solo educadores que avancen con una cadencia que nos permita sentir las pisadas del camino, posibilitarán que su labor deje huella.

El proyecto de la modalidad de Formación Profesional Dual es un ejemplo claro de pretender ofrecer la «misma» cantidad de contenidos, pero en la mitad de tiempo. Respecto a la FP tradicional, en la Dual los contenidos teóricos se abordan en la mitad de tiempo con el fin de que las prácticas en centros de trabajo se amplíen de tres meses a nueve, opción que a muchos alumnos inspira porque además son mínimamente remuneradas, a diferencia de la FP tradicional. Las consecuencias son alumnos con formación científico-teórica deficitaria. Para ser competente, procedimentalmente, se requiere de un marco conceptual que aporte criterio al buen hacer. Se ve con nitidez la politización de dicha modalidad, ya que deja mayor peso educativo a las empresas y menos protagonismo al profesorado. Estamos degradando la educación. La baremamos en términos monetarios y productivos con las drásticas consecuencias que esto tiene.

"El proyecto de la modalidad de Formación Profesional Dual es un ejemplo claro de pretender ofrecer la «misma» cantidad de contenidos, pero en la mitad de tiempo"

La labor admirable del educador, en este aspecto, radica en aliviar el temor con el que nos boicotea la sociedad y permitir que descubran dónde está su autenticidad. Implantemos centros con protocolos asumibles en vez de «protolocos» rigurosos y castradores. Pautas que relajen a los alumnos y les posibiliten salir de las odiosas etiquetas que les empequeñecen.

Imagen de una cuerda con un nudo.

Dediquemos tiempo en ayudar a encontrar en cada uno el nudo donde converjan pasión y talento, porque todos somos geniales en algo.

 www.trinidadlara.com

 

 

Trinidad Lara Daganzo.
Profesora de Ciclos de FP.
Autora de "Enseñamos lo que somos"

Foto de la autora Trinidad Lara Daganzo. autora de