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Visor

Innovando desde la formación docente

La realidad avanza a un ritmo vertiginoso generando grandes cambios educativos en nuestra sociedad. El docente, impulsor de toda innovación, debe asumir estas novedades y generar una auténtica y creativa renovación educativa permitiendo una educación global del alumno. Sin embargo, ¿cómo hacerlo posible ante las exigencias demandadas por una sociedad en permanente transformación?
Los cambios sociales y educativos producidos en las últimas décadas y su influencia sobre el profesorado en activo. Posteriormente, define un perfil docente más actualizado y propone un plan de formación permanente, basado en tres pilares: neuropsicología aplicada a la educación, educación emocional y reflexión filosófica, revolucionando la formación docente al implementarse en los mismos centros educativos a lo largo de los cursos escolares. 

Fátima Guitart Escudero
Colegio Obispo Perelló (Madrid)

Justificación

Estamos de acuerdo en que todo proceso de innovación educativa tiene como protagonista al alumno. Sin embargo, el motor que hace posible este cambio es el profesor. Un docente formado en competencias personales y académicas. Un profesor que domine la materia que imparte y que crea en lo que hace, ilusionado por mejorar cada día, por cuestionarse su propia práctica docente, observador y guía perseverante, comprometido socialmente, creyente en las potencialidades de todo alumno, respetado y convencido de que juntos se aprende mejor.

La sociedad ha avanzado: nuevos retos tecnológicos, científicos y culturales exigen a los docentes de hoy, nuevas competencias

No obstante, se ha producido un cambio en el rol del profesorado en las últimas décadas. Se le exige un mayor número de conocimientos, destrezas y capacidades. Hoy no es suficiente con dominar la materia que imparte. La sociedad ha avanzado: nuevos retos tecnológicos, científicos y culturales exigen a los docentes de hoy, nuevas competencias. Deben adquirir conocimientos en otras disciplinas, analizar su realidad, buscar alternativas concretas, interpretar y aplicar los nuevos conocimientos en su práctica docente. Deben estar más profesionalizados, deben ser críticos y creativos para enseñar a aprender a sus educandos, sin olvidar los valores humanos que deben transmitir en su día a día.

Sin embargo, este nuevo perfil docente (Vezub, 2007) no ha sido adquirido, todavía, por muchos profesores en activo, y deberán aprenderlo nuevas generaciones de maestros. Algunos profesores han perdido la emoción que genera encontrarse con un grupo de alumnos. Muchos son víctimas del momento que les ha tocado vivir. Se protegen de tanta exigencia social, desarrollando su labor docente “desde su trinchera”, detrás de su tarima, de su ordenador o junto a la pizarra. Han visto grandes dificultades para reciclarse e incluir dichos cambios en su proceso formativo, originándose frecuentemente, distancia en la relación entre ellos y sus alumnos, y/o entre ellos y las familias.

Analizando esta situación se observa que desde los primeros cursos escolares, el profesorado se especializa tempranamente en alguna materia, dificultando así la visión global de sus alumnos, perdiendo la visión holística de la persona y del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Por tanto, si creemos que una sociedad evoluciona y se consolida mejor con una buena educación, debemos ayudar a nuestros docentes a salir del estrado, a involucrarse con sus alumnos, a creer en sí mismos, en sus posibilidades, en sus fortalezas y en lo que hacen cada día: educar para convivir y formar integralmente a niños y jóvenes, futuros responsables de la sociedad del mañana.

 Además, recordemos que la actual ley de educación, la Ley Orgánica Educación del 3 de mayo del 2006 (LOE), establece en el artículo 102, que la formación permanente constituye un derecho y una obligación del profesorado y una responsabilidad de las administraciones educativas y de los propios centros. Por tanto, debemos considerar esta formación un objetivo prioritario desde todos los ámbitos sociales, innovadores y educativos. Sólo así lograremos construir una  sociedad más ética, más creativa y más crítica, en la que cada alumno logre descubrir su lugar en el mundo, permitiendo avanzar constructiva, colaborativa y democráticamente.

Marco Teórico

Cambios sociales:consecuencias en el mundo educativo

Es evidente que nuestra sociedad ha cambiado en las últimas décadas, y lo ha hecho con gran aceleración. Los indicadores sociales con mayor repercusión en el ámbito educativo nos permiten corroborar esta afirmación. Algunos de ellos derivan de cambios producidos en la vida social y familiar: la incorporación de la mujer en la vida laboral, aparición y acogida de las nuevas tecnologías en la vida diaria, la disminución de las tasas de natalidad  (Torres, 2008), falta de autoridad del docente (Dubet, 2007), heterogeneidad e interculturalidad  del alumnado (Pavié, 2011), importancia de dominar varios idiomas, etc.

Estas transformaciones sociales han generado novedades. Algunas de ellas se han producido en diferentes ámbitos escolares, dando lugar a cambios en:

- La organización de los centros escolares, con el objetivo de sistematizar y mejorar la calidad del proceso de enseñanza aprendizaje y dar respuesta a las demandas que la sociedad exige.

- La función del profesor, que no sólo deben transmitir y enseñar conocimiento, sino que debe formar integralmente a sus alumnos.

- La incorporación de las nuevas tecnologías en las aulas.

- La inclusión de idiomas desde edades muy tempranas.

- La aparición de conocimientos científicos de disciplinas como la neurociencia, aportado luz sobre la comprensión del alumnado o incorporando nuevas estrategias metodológicas, etc.

Es evidente que si deseamos una educación de calidad es necesario que estos elementos y avances educativos se encuentren en la formación de las nuevas generaciones y por tanto, de sus docentes.

Cambios educativos: consecuencias en el docente

Esta realidad ha suscitado gran inquietud en el docente en activo, que percibe como cada año, a pesar de poseer mayor experiencia pedagógica, le es imposible alcanzar aquellas enseñanzas que se le demandan desde la sociedad. Anualmente se producen nuevas necesidades en su formación que debe cubrir si desea realmente ser un buen profesional. Aprender inglés con un nivel muy alto, dominar nuevas herramientas tecnológicas, aprender a conocer sus emociones y gestionarlas, conocer y enseñar habilidades de pensamiento, etc. son algunos ejemplos. Y como buen docente que va a guiar a otros, no sólo debe conocer estos aspectos sino que debe interiorizarlos, dominarlos y ponerlos en práctica adecuadamente convirtiéndose en modelo de aprendizaje.

De este modo, la idea de superación, entendida como un docente sobrepasado aparece en el artículo de Vezub (2007), La formación y el desarrollo profesional docente frente a los nuevos desafíos de la escolaridad. Afirma que el profesorado está desbordado en su nuevo rol, exigido por la sociedad actual, sintiendo cada vez, mayor estrés laboral. Trasmite, con palabras precisas, esta experiencia docente ayudándonos a comprender mejor su sentir actual. “... Se genera una sobrecarga en las funciones del docente de hoy, que no puede controlar ni dominar por sí mismo” (Vezub, 2007, p. 10).

Y como buen docente que va a guiar a otros, no sólo debe conocer estos aspectos sino que debe interiorizarlos, dominarlos y ponerlos en práctica adecuadamente convirtiéndose en modelo de aprendizaje

Por otro lado, surge otro nivel de demanda en los centros: la aplicación de pruebas externas. El objetivo inicial de estos exámenes era la mejora de la calidad educativa. Sin embargo, este objetivo tan loable ha generado una mayor exigencia sobre el docente, que ve cómo la idoneidad de su trabajo es evaluado en términos de producto final, pasando por alto todo el proceso de formación integral del alumno que ocurre en el proceso de enseñanza aprendizaje o los condicionantes previos de los alumnos.

En esta misma línea Esteve (2006), en su artículo sobre Identidad y desafíos de la función docente, revela la frustración de muchos docentes al no sentirse preparados para afrontar el aumento de exigencias que lleva su profesión.

No obstante, el profesor de hoy sabe que debe ser profesional y ofrecer una educación de calidad. Pero ¿Cuándo prepararse y capacitarse? ¿Cómo hacerlo bien sin dejar de cumplir con las tareas que le exige su equipo directivo? ¿Cómo conseguirlo sin desatender a sus alumnos y sus familias, manteniendo su atención y dedicación plena?

En el año 1995, Doménech afirma en su artículo Introducción al síndrome “burnout” en profesores y maestros y su abordaje terapéutico, el aumento de burnout entre los docentes y su repercusión en el sistema educativo en cuanto al descenso de la calidad de los procesos de enseñanza. Y en líneas generales, esta realidad se sigue dando con más frecuenta de la que sería deseable en la actualidad.

Por tanto, es importante tener en cuenta esta situación actual del profesorado si queremos educar con calidad. Asimismo, si creemos que el docente es un potente motor de la innovación, y modelo de un estilo de convivencia democrático, pacífico y tolerante, debemos atender a sus necesidades formativas dentro de nuestro sistema educativo, valorando estrategias que permitan una auténtica formación sistemática, viable y  permanente.

Nuevo perfil docente

Antes de seguir, definamos el término competencia. Según la RAE es “pericia, aptitud o idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado”.

Entonces, ¿qué competencias le son  exigidas hoy a un buen docente?

Competencias docentes en la práctica

Novoa (2009) ofrece un análisis completo sobre este aspecto. En su estudio define con claridad qué cualidades o disposiciones, personales y profesionales, debe poseer todo buen docente en la actualidad:

1. El conocimiento: Tanto de la materia a impartir como de los sujetos a los que educar, siendo un elemento clave el contexto en donde se desarrolla todo el proceso.

2. La cultura profesional: Donde la profesión docente se aprende desde la escuela, compartiendo con otros docentes experiencias educativas, registrándolas, reflexionando sobre ellas, evaluándolas y buscando siempre nuevas propuestas de mejora.

3. El trabajo en equipo: No deberían existir fronteras entre aulas, ni entre los centros escolares en cuanto a la educación. Se precisa un docente que desee colaborar y trabajar colectivamente con otros, formando comunidades prácticas de investigación.

4. El tacto pedagógico, entendido como la capacidad personal de saber comunicar, de mantener la serenidad dentro del aula, generadora de una buena convivencia, y ganarse la autoridad de sus educandos.

5. El compromiso social: con los principios, los valores, la inclusión social, la tolerancia y el respeto a la diversidad cultural.

Formación permanente del docente

No podemos dejar esta relación  sin completarla con un último compromiso que debe poseer todo docente: la capacidad de formación permanente. Esta idea aparece reflejada en el preámbulo de la Ley Orgánica de Educación (LOE, 2006):

…la Unión Europea y la UNESCO se han propuesto mejorar la calidad y la eficacia de los sistemas de educación y de formación, lo que implica mejorar la capacitación de los docentes, (…) Para conseguir que estos principios se conviertan en realidad, hay que actuar en varias direcciones complementarias. En primer lugar, se debe concebir la formación como un proceso permanente, que se desarrolla durante toda la vida. (…) Además, supone ofrecer posibilidades a las personas jóvenes y adultas de combinar el estudio y la formación con la actividad laboral o con otras actividades (p. 7-8).

Esta idea de formación permanente es desarrollada por Pavié. La denomina lifelong learning. Es considerada una pieza clave en el concepto de formación docente del S. XXI. La define así: “…la imperativa necesidad de actualizarse permanentemente para estar en condiciones de dar una respuesta adecuada a las demandas del ejercicio profesional” (Pavié, 2011, p.3).

Para concretar esta formación permanente, es fundamental complementarla con la esencia del trabajo docente que se produce en el aula. Por ello, sería potente establecer mecanismos reales, exigibles y exigentes para ofrecer a los claustros formación constante, cuyos contenidos incluyan tanto innovaciones como demandas educativas que afectan a todo el sistema en general, y aspectos característicos de cada centro escolar en particular.

Por último, se precisaría una intervención formativa eficiente y permanente, integrada de manera natural en la jornada laboral. Ésta requerirá esfuerzo, constancia en el tiempo, práctica e implicación de todos los sectores del sistema educativo, y cuyos buenos resultados se conseguirán a través de planes reales, motivantes y viables, implementados desde las necesidades prioritarias de los docentes y de los propios centros.

Transformador de la educación

¿Cómo conseguir que los docentes, generadores del cambio, consigan una formación permanente innovadora y eficaz, transformadora del sistema de enseñanza tradicional, en un sistema de enseñanza más actual y coherente con las nuevas exigencias de la sociedad?

Sin embargo, una pregunta importante es: ¿Cómo conseguir que los docentes, generadores del cambio, consigan una formación permanente innovadora y eficaz, transformadora del sistema de enseñanza tradicional, en un sistema de enseñanza más actual y coherente con las nuevas exigencias de la sociedad? Esta modificación o creación debería movilizar a tres agentes del cambio, correspondientes a tres niveles de concreción:

- Profesorado: Receptor de la formación. Con un compromiso hacia la mejora de sus propias prácticas pedagógicas e implicado en una comunidad de investigación docente, donde compartir y contrastar sus experiencias.

- Equipos directivos: Implantadores de la formación. Con un compromiso hacia nuevas líneas educativas y de investigación surgen en la sociedad, así como el deseo de formar a su claustro en aquéllas que les resulten más adecuadas, enriquecedoras y formadoras según su contexto sociocultural y su misión, visión y valores.

- Las políticas gubernamentales. Impulsoras de la formación. Legisladoras de leyes acordes con los avances que la ciencia logra, las demandas sociales y los cambios educativos que supongan una línea de mejora educativa para el futuro de toda sociedad. Generadoras de un marco legal que favorezca que aquellos centros escolares que potencien a sus docentes implicados e inquietos, y formados con criterio, creativos y éticos, para que puedan llevar a cabo proyectos innovadores que favorezcan el aprendizaje de calidad de los alumnos (Marcelo y Vaillant, 2009).

Para ello, es importante que se produzca un doble movimiento entre estos tres niveles, tanto ascendente como descendente, que debe ser complementario (Barraza Macías, 2005) y casi simultáneo en el tiempo. Así, un buen maestro se convertirá en caldo de cultivo para la mejora de la educación mientras que los niveles superiores, tomando conciencia de esta situación desde su propia perspectiva, la complementarán ajustando o generalizando coherentemente tales innovaciones en otros contextos.  

Pilares básicos para una propuesta innovadora de formación permanente

Es necesario que todo proceso innovador pedagógico combine la teoría y la práctica, la formación y la experiencia, el saber y el ser. Desde este enfoque, la profesión docente se convierte en un compromiso humano y global, desde donde integrar la formación racional y emocional.

Nos quedaría entonces cuestionarnos sobre cuáles serán los contenidos más relevantes que deba incluir una formación  permanente de todo profesorado. En mi opinión, son tres los pilares básicos que deberían ser considerados y revisados en un programa de formación permanente: avances de la neuropsicología, educación emocional y reflexión filosófica.

Avances de la neuropsicología aplicados a la educación

La neurociencia es el estudio del sistema nervioso. Los progresos de esta disciplina están siendo recogidos por muchas otras ciencias, como la neuropsicología, con la que guardan una estrecha conexión. La neuropsicología, por ejemplo, se ocupa del estudio de las funciones cerebrales y de su relación con el comportamiento. Por tanto, se interesa por las conductas del ser humano: su lenguaje, memoria, atención, percepción, razonamiento, emoción, etc. así como la situación de estas funciones dentro de nuestro cerebro, por ello ha aportado grandes revelaciones en torno qué y cómo funcionan los procesos mentales al aprender,  cuándo se ponen en marcha, qué situaciones favorecen el aprendizaje o cuáles lo dificultan. Algunas aplicaciones prácticas de estos conocimientos neuropsicológicos son, por ejemplo, el empleo de mapas conceptuales u otro soporte visual para organizar los contenidos, el uso de información no sólo lingüística, la aplicación de técnicas que favorezcan el interés y la motivación, la formación de grupos cooperativos o la manipulación de materiales para adquirir contenidos. Su aprendizaje y dominio pueden ser de gran ayuda para el docente. 

Asimismo, la influencia de la emoción en el aprendizaje es otra de las interesantes aportaciones de esta disciplina (Ibarrola, 2013). Si generamos emociones positivas al aprender, se potencia nuestra memoria y por tanto generamos aprendizaje. Por el contrario, toda situación estresante o tensión excesiva, puede llegar a impedir que se produzca un bloqueo al afectar dicha tensión al proceso de memorización.

Educación emocional

Relacionado con el apartado anterior, en cuanto a inteligencia emocional, la neurociencia apoya la importancia de enseñar a aprender cómo reconocer las emociones y gestionarlas adecuadamente, desde edades tempranas.

Son muchas las investigaciones que avalan estos descubrimientos, así Extremera, Fernández Berrocal y Durán Durán, en 2003 analizaron el burnout en los docentes. Sus resultados están relacionados con la inteligencia emocional (IE) de los profesores y evidencian que una elevada claridad para discriminar emociones y regularlas (repararlas) ayuda al docente a reducir su malestar subjetivo y las emociones  negativas, como la ansiedad o la depresión, sintiendo una mayor satisfacción vital.

En cuanto a los alumnos, Pena y Repetto (2008) confirma una relación positiva entre inteligencia emocional y rendimiento académico en alumnos de secundaria obligatoria y afirman que otras investigaciones avalan la relación entre la IE y la disminución de conductas nocivas para la salud como son el tabaco, el alcohol y las drogas.

Extremera y Fernández Berrocal  (2004) explicitan la influencia de la violencia y el conflicto y la inteligencia emocional, proponiendo la IE como un factor protector de conductas problema como pueden ser la violencia, la impulsividad o el desajuste emocional.

Por último, Alzina (2005), señala la importancia de dar esta educación en las universidades de formación de profesorado, y propone ofrecer programas de formación a profesores en activo dentro de los propios centros escolares. Afirma que esta situación favorece la implementación real de programas de educación emocional.

Reflexión filosófica

Por último, otro de los cimientos formativos reside en un aspecto imprescindible, aunque quizá olvidado en estos tiempos: la reflexión. Es la capacidad más antigua y característica del ser humano, y nos hace también personas.

Sin embargo, ¿qué ofrece al docente una formación que incluya aspectos reflexivos? En mi opinión, el gran reto de todo profesor es tomar conciencia de sí mismo y de sus alumnos, analizar su aula, valorar su práctica docente y buscar alternativas para mejorarla eficazmente. Es despertar la curiosidad de sus alumnos. Por tanto, este pilar formativo, permite, al docente y al alumno, encontrarse con una comunidad de investigación. Fomentar el respeto al otro, la escucha atenta, la mirada cuidadosa, disfrutar pensando mientras se aprende, compartiendo pensamiento e ideas, argumentadas. Conocerse mejor, buscar soluciones; Valorar si están alcanzando, los objetivos propuestos, teniendo en cuanta todas las variables del proceso educativo; Evaluar si los cambios o las actividades que se introdujeron requieren alguna adaptación, refuerzo o modificación; Permite analizar la situación social del aula; Permite también, descubrir que una acción educativa, no debe ser aislada sino que debe formar parte de todo un engranaje, que es necesario analizar, medir, evaluar y calibrar correctamente.

En mi opinión, el gran reto de todo profesor es tomar conciencia de sí mismo y de sus alumnos, analizar su aula, valorar su práctica docente y buscar alternativas para mejorarla eficazmente

Sin embargo, el aprendizaje de la capacidad de reflexión aunque innato, es lento. Enseñar a pensar bien requiere de tiempo, de cuidado, de atención, de paciencia, de permitir el error como parte del proceso de educativo. No obstante, sus resultados son más valiosos, más creativos, más críticos y pueden llegar a ser más éticos y cuidadosos, si es lo que se desea.

Una de las metodologías que ayudan a los docentes a desarrollar en sus alumnos este espíritu reflexivo, viene de la mano del enfoque metodológico de Filosofía para niños. Fue propuesto por Matthew Lipman, filósofo estadounidense, en 1970 (Tébar, 2005). En la actualidad está extendido por todo el mundo. Su objetivo es el desarrollo en los niños de destrezas cognitivas y afectivas que les permitan pensar por sí mismos de forma crítica, creativa y cuidadosa, creando una comunidad de investigación basada en el diálogo con las personas que les rodean, avanzando en búsqueda de la construcción de un conocimiento coherente y reflexivo, partiendo de los propios sujetos (alumnos), que son acompañados por un mediador (profesor), que en caso necesario realizará preguntas oportunas para estimular un pensamiento coherente. Si formamos a nuestros docentes en esta línea y les permitimos, que se encuentren con otros profesores o alumnos, creando comunidades de diálogo e investigación, la responsabilidad de sus acciones, el respeto a otras perspectivas, la autocorrección, el cuidado, el criterio y la creatividad surgirán en las aulas de forma natural (Carmona, 2005).

Conclusión

Programas con estos pilares alcanzarán su máxima eficacia al ampliarlos con una vertiente práctica. En ella, cada docente en formación, será guiado por su mediador para ayudarle a tomar conciencia y revisar algunas de sus propias prácticas docentes, desde el máximo respeto y cuidado. Este paso, será el primero para poder provocar un cambio inmediato en las aulas desterrando algunos modos de enseñanza tradicionales y generar un mejor aprendizaje, con más calidad y motivación para los alumnos.

Además, sería muy eficaz, considerar parte de esta formación como una obligación y un derecho de todo docente, formando parte de sus responsabilidades y tareas laborales, introduciéndola en su jornada. Debemos hacer a los profesores protagonistas de su propia formación permanente del mismo modo que debemos implicar a los alumnos en su proceso educativo.

En resumen, es imprescindible que toda formación permanente para maestros generadores de innovación, incluya programas de neuropsicología, educación emocional y reflexión filosófica. Estos cimientos son fundamentales para el desarrollo actualizado de la profesión docente, en una sociedad que evoluciona constantemente, y que cree y desea contribuir a la buena convivencia social y a la formación integral y plena de su alumnado.

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Fátima Guitart Escudero