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Visor

Torcello, viaje a la amistad

Carolina, una chica de veintidós años, que vive con sus padres y con su hermana pequeña, Romina. Carolina adoraba a Romina, a pesar de la diferencia de edad, Romina tenía dieciocho años, había que celebrar su mayoría de edad, era como su muñequita. Carolina el curso que viene se iba a Francia a estudiar, estarían separadas y quería que ese verano fuera inolvidable para las dos.

Un día del mes de julio, que hacía un calor terrible, las dos hermanas se fueron a la piscina a pasar la tarde; allí se encontraron con su pandilla de siempre. Entre risas y juegos empezaron a hacer planes de viaje, Carolina ya era mayor y suponía que sus padres dejarían que se llevara a Romina, sólo iban a ser unos cuantos días, en ese momento no sabía lo maravilloso e importante que iba a ser ese viaje en sus vidas.

Al llegar a casa Carolina comentó a sus padres los planes que tenían y que intentarían que ese verano fuera especial para las dos, a lo mejor ya no podrían volver a viajar juntas, por los estudios, si ella encontraba un trabajo, o un sinfín de cosas que podían pasar. Ahí empezó el viaje, teniendo que elegir un sitio, nada mejor que darle a Romina un mapa y decirle que pusiera el dedo encima, ese sería el sitio escogido de vacaciones: Italia y, más concretamente, Venecia.

Cinco días en la ciudad de los canales, qué maravilla, todas las noches soñaban con estar allí, lo bien que lo iban a pasar y los viajes en góndola por los canales.

Por fin, llegó el día, embarque en el aeropuerto, dirección al Aeropuerto Internacional Marco Polo. Carolina y Romina se sentaron en sus asientos, Romina pasillo y Carolina ventanilla. Carolina le iba contando a su hermana todo lo que veía desde su ventana y Romina, que se había quedado ciega por una enfermedad tres años antes, dejaba volar su imaginación, poniendo los colores y las formas que recordaba en su memoria. ¡Qué impresión! Despegaron, dos horas de viaje sin parar de hacer planes. Llegaron a Venecia, bajar del avión y coger un vaporetto-taxi hacia la Plaza de San Marco, era una locura, ya estaban en Venecia, Romina sentía una sensación tan especial, su primer viaje sola con su hermana, los olores de la gente, perfumes, agua, sal, mar… le hacían sentir genial, mayor y autosuficiente. Al llegar, lo primero que hicieron fue buscar el hotel, caminando por las calles empedradas, estrechas y sorteando los canales por puentes, llegaron a un hotel precioso, la entrada estaba al dado de un canal, lo mejor de todo que por ahí pasaban góndolas, Carolina sin perder detalle le contaba a Romina todo lo que veía. Después de dejar las maletas, tenían contratada una góndola, paseo por los canales y el gondolero cantando una canción, no se podía pedir más, la cara de Romina era de una felicidad inmensa, no podía estar con nadie mejor que con su hermana. Al acabar el paseo se fueron a cenar a un sitio escondido, precioso, con olor a agua, sal y pasta.

A la mañana siguiente tenían contratado un viaje a Burano, Murano y Torcello. Esperando el barquito que las iba a llevar, se sentían nerviosas. Primera parada Murano, se bajaron las dos y entraron en una tienda de cristal y le compraron a su madre un pequeño corazón de cristal de Murano para colgárselo al cuello. Segunda parada, Burano, Carolina le contaba lo bello que era

Burano, casitas bajas de colores y canales en medio, una ciudad pequeña y preciosa, un cuento de hadas y por fin, última parada, Torcello, una isla en la que vive muy poca gente y está cerca de Burano, y fue aquí donde de verdad empezó un viaje diferente, lleno de fantasía y amistad. Al llegar a puerto lo primero que hicieron fue comer en un restaurante “Osteria Al Ponte del Diavolo”, solo con el nombre daba escalofrío, “taberna en el puente del Diablo”, pensaron que era un nombre muy divertido, seguramente existían muchas historias relacionadas con el diablo, de ahí el nombre del restaurante, comieron unos spaguettis buenísimos, descansaron un rato sentadas en una terracita enfrente a un canal y después siguieron el recorrido que las llevó hasta la plaza del pueblo donde está la Basílica de Santa María dell`Assunta, entre las explicaciones del guía y las de Carolina, Romina formaba en su imaginación unas imágenes perfectas. Estuvieron dando un paseo, y se encontraron con tres chicos que iban en el mismo barco, eran también españoles y empezaron hablar, eran tres amigos que habían venido de unos días a Venecia, se sentaron todos juntos en un campo verde lleno de amapolas y el tiempo se fue volando, cuando quisieron ir al vaporetto, ya se había ido. Estaban los cinco solos en aquella isla, el restaurante cerrado, y sin nadie a quien pedir ayuda, una experiencia aterradora al principio, después maravillosa, encontraron una casa, como tantas que hay allí, con las puertas abiertas, por lo menos les serviría de refugio por la noche, hasta que llegara el barco a la mañana siguiente.

Nunca pensaron que aquella noche, forjaría en ellos una amistad tan grande. Al caer la noche encendieron por tiempos las linternas de sus móviles para tener luz y comenzaron a contar historias de sus vidas. Mario, Borja y Javier eran de un pueblo del norte, tenían 22 años y todos estudiaban Derecho. Estuvieron toda la noche hablando, y poco a poco conociéndose, cada uno contaba cosas de su vida, los tres eran amigos de toda vida y tenían un montón de aventuras juntos. De vez en cuando se oía el vuelo de algún pájaro o el ruido de algún animal, suponían que algún topo o gato correteando fuera, poco a poco fue amaneciendo y lo primero que hicieron los cinco fue ir a la puerta del restaurante, abría a las 10, todavía quedaba un rato, entonces fueron al puerto, en los horarios ponía que hasta las 12 no llegaba el primer barco, así que volvieron al restaurante, a las diez en punto abrieron y como pudieron le explicaron a los dueños los que les había pasado, entre risas les comentaron que no eran los primeros que se habían quedado en la isla por despiste. Desayunaron todos juntos, se morían de hambre, no comían nada desde el día anterior al mediodía, pero no les importaba, estaban tan bien, como si se conocieran de toda la vida. Poco a poco los cinco amigos empezaron hacer planes para los días que les quedaban en Venecia. Parecía increíble que en tan sólo unas horas tuvieran tanta complicidad los cinco.

De camino a la Plaza de San Marcos, quedaron para recorrer los rincones escondidos de Venecia, pero primero había que descansar, cada uno a su hotel y por la noche harían un recorrido por los rincones escondidos de la ciudad, punto de encuentro Plaza de San Marcos.

Carolina y Romina volvieron al hotel, estaban emocionadas y encantadas con la aventura que su viaje les había preparado, el despiste y haber perdido el barco, había hecho que encontraran tres nuevos amigos con los que compartir este viaje. Después de dormir, descansar y darse una ducha, las dos salieron dirección San Marcos, allí estaban Mario, Borja y Javier esperándolas, al verlos sintieron una sensación que las embriagó de alegría.

Empezaron la ruta cogiendo un vaporetto y recorriendo el Gran Canal, los cinco estaban encandilados con la cantidad de góndolas y barquitos que se cruzaban con ellos, uno a uno fueron pasando los puentes que hay en el Gran Canal, el más famoso el de Rialto, majestuoso y lleno de gente saludando, entre risas los cinco intentaban ponerse de acuerdo, dónde bajar, qué cenar…

La noche continuó con una cena muy especial, junto al Puente Rialto y al lado del Gran Canal, entre charla, risas, con una buena ración de pizza y un trozo de panettone con un expresso y, por supuesto, limoncello. Después, un paseo fantástico, disfrutando de la noche y de la compañía, por callejuelas oscuras, pequeñas y sorteando los canales a través de los puentecillos, a cada cual más bello. Cada paso que daban juntos se iban dando cuenta que estaban hechos para se amigos, cada uno contaba lo que sabía de aquella ciudad, Borja era el especialista en las historia fantásticas de Venecia, contaba la cantidad de fantasmas que había y en qué casas-castillos estaban, Mario se centraba en la historia de cada plaza de Venecia, era como una enciclopedia. Javier, un poco más serio que sus amigos, hablaba con Romina y le contaba con todo detalle y paso a paso como era por donde estábamos pasando. Después de un largo paseo por un sinfín de calles, acabaron en la puerta del hotel, tenían que descansar, al día siguiente tocaba Plaza de San Marco.

Con puntualidad inglesa, todos estaban a las nueve en punto en la Plaza de San Marcos, después de un expresso en una terracita, entrada a la Basílica de San Marcos, Campanile y Palacio Ducal. La guía nos encandiló con sus explicaciones, que maravilla, la basílica está sobre maderas en el agua, impresionante y nos enseñó fotos de la Plaza y la Basílica inundadas por el mar cuando sube la marea. El Palacio Ducal, precioso, impresionante e imponente. Al salir el guía nos llevo a ver el Puente de los Suspiros, y nos contó la realidad, los suspiros no eran de amor, sino de pánico y terror, ya que por ese puente pasaban los presos de la cárcel para ser ejecutados, una obra arquitectónica impresionante. Acabada la visita, se fueron a comer algo y por la tarde a disfrutar de las tiendas, había que comprar alguna máscara de carnaval. Cruzaron el Gran Canal y allí estaban, muchísimas tiendas de disfraces, a cada cual más bonito, entraron en una tienda y cada uno se compró una máscara, al salir los cinco se la pusieron, era como si se conocieran de siempre. Carolina ni en sus mejores sueños podría haber pensado que podía conocer a alguien, y menos a tres personas, y sentirse tan a gusto e identificada, también pensó que podía ser porque tenían la misma edad y las mismas inquietudes. Ya por la noche, de vuelta al hotel, se despidieron, ya se volverían a ver en España, los chicos volvían al día siguiente por la mañana y Carolina y Romina en un vuelo por la noche. Se dieron los teléfonos y las direcciones, esta amistad que habían formado en tan poco tiempo había que cuidarla. Entre lagrimillas de alegría y pena se despidieron.

Carolina y Romina aprovecharon toda la mañana para hacer compras, Venecia es un sitio muy caro, pero buscando se encuentran cosas curiosas, una pizza y el último viaje en vaporetto por el Gran Canal. Carolina reteniendo en su retina y contándole a su hermana, otra vez, lo hermoso que era todo y Romina imaginando y empapándose de los olores, que recordaría para siempre.

De regreso a casa, viendo el viaje en la distancia, Carolina y Romina sentían que había sido la experiencia más maravillosa que habían tenido juntas y además, habían forjado una amistad que duraría muchísimos años con aquellos tres chicos despistados que no tomaron el vaporetto de vuelta, toda una casualidad que los unió.

Y además, todos los años, alimentando un poco esa casualidad de la primera vez, un viaje, los cinco, a perderse y reencontrarse de nuevo…

Andrea Martínez