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Visor

Nuevas tecnologías e identidad humana.

Sabiendo que la identidad humana es constituida por la identificación con ideas, costumbres, hábitos, lugares, creencias, grupos, etc. que a lo largo de nuestra vida han hecho aparición para estructurar nuestra experiencia o conocimiento, no es de extrañar que de cierto modo se pueda afirmar que un futuro el ser humano pueda “evolucionar” al cyborg.

El cyborg es definido como un híbrido entre humano y máquina y hoy en día tenemos en la sociedad personas reconocidas por el gobierno como cyborgs —Neil Harbbison o Moon Ribas—. Estas personas han sufrido una implantación de una antena en su cráneo y detectores de movimiento en el cuerpo respectivamente. Por lo tanto, el paso a esta nueva realidad no supone algo inalcanzable, si no lo valoramos desde un punto de vista firmemente escéptico. Es cuestión de tiempo que para modificar la vida del ser humano y sus capacidades, la tecnología sea adaptada de forma directa en el cuerpo.

«La evolución de la especie humana va inexorablemente ligada a los avances tecnológicos. En el caso del Australopithecus, si bien la tecnología no era parte de ellos, era una extensión de su entorno para realizar trabajos de forma más eficiente». Rick SG

Sin embargo, esto nos trae el siguiente problema moral representado en el arco histórico Justice League: Orígenes de DC Comics que tiene como uno de los protagonistas a Victor Stone (Cyborg), un estudiante al que, al borde de la muerte, reemplazan sus miembros perdidos por trasplantes metálicos, inyectándole nanotecnología alienígena y brindándole a su cerebro un ordenador orgánico: la diferenciación entre hombre y robot y cómo aquel va sintiendo que deja de ser sí mismo y llega a ser más una máquina. Con esto vamos a la situación, digamos, inversa. ¿Podrán los robots ser considerados personas? Mi respuesta es que el concepto de persona es algo tan debatible que no alcanzo una respuesta exacta a esta cuestión. Cuando pensamos en una persona inmediatamente nos viene a la cabeza el ser humano; pero, desde la filosofía encontramos tres teorías que han sido las más aceptadas. Una persona como sustancia tiene propiedades particulares como la independencia y el raciocinio —según Aristóteles, Boecia y el pensamiento de la Edad Media—, una persona como ser pensante es un sujeto epistemológico donde la razón supera a su existencia física —el pensamiento moderno—, y una persona como ser ético es un individuo totalmente libre, pero sujeto a una obligación moral, respondiendo a un conjunto de leyes divinas antes que a las leyes de su propia naturaleza —según estoicios, Kant y Fichte—. En base a estas definiciones podría afirmar que un robot especializado en el ámbito de la inteligencia artificial sería capaz de cumplir la mayoría de estas pautas. Han de sopesarse también las condiciones sociales que harían más fácil o no su integración —como podemos ver en el relato Robbie de Yo, robot de Isaac Asimov—. ¿Quiere decir esto que un robot llegaría a ser apreciado como persona? Quizá.

Esta gran pregunta nos descubre dos nuevas interrogantes en cuanto a las capacidades de una máquina: ¿podría pensar? ¿Podría vivir? «El pensamiento puede abarcar un conjunto de operaciones de la razón, como lo son el análisis, la síntesis, la comparación, la generalización y la abstracción. Por otra parte, hay que tener en cuenta que se manifiesta en el lenguaje e, incluso, lo determina». Gracias a esta clara definición, a mi parecer, una máquina podría pensar, sería capaz de razonar con la ayuda de un pequeño empujón que puede ser la programación de su propia existencia. Concuerdo así con las palabras del sociólogo James Evans de la Universidad de Chicago: «Suponiendo que al ordenador no solo lo alimentamos con una serie de patrones, sino también con la lógica necesaria para descubrir nuevos patrones. Por ejemplo, la persistencia del patrón dentro de un dominio, o su frecuencia a través de varios dominios. Entonces el ordenador puede identificar una amplia gama de tipos de patrones, muchos de ellos no previstos por el programador». Hay un ejemplo que se amolda casi de forma perfecta a esto que argumento: el programa de Google AlphaGo gana 4 a 1 al surcoreano Lee Sedol, campeón mundial de Go.

En 2009, la Asociación para el Avance de la Inteligencia Artificial reunió a una élite de científicos de la computación para discutir la necesidad de poner límites a la investigación en inteligencia artificial y robótica. Una de sus preocupaciones es que puedan conducir a la pérdida de control humano sobre las máquinas. Podría ser cruzada entonces la línea fronteriza de lo que delimita nuestro rol de supervisor sobre las máquinas y nos veríamos en la inevitable situación de inferioridad en la que el pánico onírico y característico de la ciencia ficción se apodera de nosotros hasta no encontrar otra alternativa que librarnos de lo que en un momento comenzamos a potenciar nosotros mismos. Por lo tanto, se comenzaría a señalar el límite de lo humano en la civilización de la tecnología, cosa que de forma ineludible me lleva a pensar en dos episodios muy destacables de la serie de televisión británica Black Mirror —la cual gira en torno a cómo la tecnología afecta a nuestras vidas—: Be Right Back: el primer episodio de la segunda temporada en el que se tratan la robótica y las redes sociales; Martha ha sufrido la pérdida de su novio, Ash, debido a un accidente de tráfico y, recomendado por una amiga, empieza a usar un servicio online que en base a conversaciones anteriores online y sus perfiles en las redes sociales es capaz de replicar a Ash. Más adelante, Martha inicia la siguiente fase del servicio, la cual consiste en un cuerpo de carne sintética en el que puede cargar el programa, lo cual la satisface a ciertos niveles hasta percatarse de que el clon carece de emociones y ciertos hábitos y rasgos de personalidad que el Ash real tenía pero de los cuales el servicio no tenía información: la forma en que este Ash no cierra los ojos al dormir, la forma en que este Ash se no se corta la mano, la forma en que este Ash no respira, la forma en la que ningunea una canción que le encantaba en secreto porque en las redes indicaba lo contrario, etc. Detalles que lo deshumanizan. Detalles que no son del verdadero Ash. Finalmente, Martha es incapaz de deshacerse del robot; pero, tampoco puede convivir con él, manteniéndolo encerrado en el ático. Este episodio es sin lugar a dudas una historia sugerente, profética, sabia, malvada y divertida, que nos golpea con la severidad de un futuro inmediato en el que la tecnología y la robótica retratadas desdibujan la linde mencionada con anterioridad.

Y luego nos encontramos con el arrollador, conmovedor y desconcertante cuarto episodio de la tercera temporada: San Junípero; Yorkie llega a San Junípero, donde conoce a Kelly, una chica que es completamente distinta a ella. El episodio nos presenta la historia de amor entre las dos protagonistas, con toques melancólicos por los años 80, que en un principio no parece tener relación con la ominosa tecnología que nos suele revelar la serie, hasta que más adelante descubrimos que San Junípero no es más que una simulación utópica en la que las personas pueden pasar alrededor de cinco horas semanales —para no “volverse loco” y desasociar el cuerpo de la mente— en una ciudad costera “llena de vida”. «Al igual que “Be Right Back”, “San Junípero” plantea un conflicto emocional antes que un retruécano cerebral, pero la diferencia con el resto de la serie es que su existencialismo llega a tocar lo espiritual». Noel Ceballos

Con el existencialismo como corriente filosófica, se planteaba la muerte como horizonte último y sin embargo, las protagonistas tienen la opción de encontrar la felicidad en el simulacro y en la supuesta vida eterna... Aunque después llega la abrasiva, perturbadora y realmente brillante última secuencia, en la que vemos unos robots que colocan las “esencias” de Kelly y Yorkie en un gran servidor. ¿En el momento en que morimos realmente podríamos seguir viviendo virtualmente si una máquina recoge todos los datos de nuestra memoria y reproduce nuestra mente en otra realidad sistemática? Es una posibilidad que no es del todo descabellada puesto que ya existen proyectos con esta finalidad; pero, no es fácil dar una sentencia a este aspecto, no podemos afirmar que nuestro yo humano permanece vivo o si es un programa de ordenador extremadamente complejo con un hardware orgánico fácilmente sustituible el que nos completa.

Aparte de los dilemas propuestos con anterioridad me gustaría añadir la cuestión de quiénes somos en la red. A mi parecer, la mayoría de las personas se esconden tras un nombre que siquiera sostiene su identidad. En la red no hay identidad a salvo. Multitud de veces he podido ver confesiones de usuarios que manifestaban que en Internet eran más resueltos que en la vida real, usuarios que habían sido hackeados para desprestigiarlos y perder amistades, parejas e incluso trabajos. Lo más curioso es que, aunque nuestra información en Internet no siempre es verídica, seguimos sirviéndonos de la red para formarnos ideas de las personas. ¿Y si como en Nosedive —el primer episodio de la tercera temporada de Black Mirror— nuestra sociedad emplease las calificaciones entre personas en base a su actitud para acceder a ciertos tipos de servicios? Cuanta mayor puntuación, mayor satisfacción a nivel de vida. De esta forma perderíamos nuestra identidad y libertad, al intentar obtener siempre la aprobación de las personas, con esta tecnología que desgraciadamente parece estar a la vuelta de la esquina. Tremenda tiranía.

Como conclusión, considero que es muy fácil culpar a las nuevas tecnologías de toda una serie de males que afectan a las personas; no obstante, no lo es tanto el tachar la condición de un robot y el alcance evolutivo que podría experimentar el mismo. Aunque a lo largo de la disertación he mantenido quizá posturas enfrentadas, opino que aún queda mucho por investigar, valorar y decidir sobre las tecnologías que inexorablemente están constituyendo nuestro futuro, teniendo en cuenta el peligro que aquellas podrían llegar a suponer.

Sofía González Regis, alumna de 1ºC de Bachillerato.

23/02/2017