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Visor

“Bajarse al moro”, de José Luis Alonso de Santos: épica cotidiana.

Cuando José Luis Alonso de Santos escribe en los años ochenta esta pequeña obra de teatro, no imaginaba, desde luego, el éxito que iba a perseguirle el resto de su vida. Concebida como una historia “gamberra” de un grupo de muchachos que viven a su aire y a contracorriente, este texto dramático supera con creces los estereotipos que lo han etiquetado equivocadamente para convertirse en una obra mucho más universal de lo que el mismo autor pensó que estaba escribiendo: una comedia muy seria sobre asuntos universales como son la amistad o el amor, la lealtad y el compromiso.

Los años ochenta no solo representan los años del cambio político, los años en que se pone, en teoría, por fin, punto y final a los años de la dictadura franquista. El teatro fue duramente censurado durante décadas y muchos intelectuales tuvieron que “matizar” sus obras para que los mensajes que llegaban al público no fueran en contra de la ideología del franquismo, el nacional-catolicismo. Con la llegada de la democracia, muchos escritores quieren contar historias en las que la libertad y los nuevos tiempos tuvieran su espejo. Y algo así ocurre con “Bajarse al moro”, la historia de un grupo de jóvenes veinteañeros que comparten buhardilla en Lavapiés y que viven de lo que venden en el Rastro los domingos, del menudeo de hachís y que han decido vivir en una especie de fraternal comuna de “porritos”, cervezas y colegueo ácrata.

Sin embargo no todo es de color de rosa. En la vida de estos muchachos irrumpe una desconocida que trastoca todo. Chusa se encuentra “por ahí” con Elena y decide acogerla en su casa. Alberto, que para colmo es un policía recién ingresado en el cuerpo, un “madero” (se les llamaba así porque hace años el uniforme de la policía nacional era marrón) y que está saliendo con Chusa, traicionará a esta al enamorarse de Elena, quien necesita perder la virginidad para acompañar a Chusa a Marruecos en busca de hachís. Jaimito, el encantador primo de Chusa, feúcho y tímido, verá cómo Alberto, el guapo, sale ganando. El final, real como la vida misma: hay quien prefiere la seguridad de un trabajo, la estabilidad de una pareja y vivir tranquilo en Móstoles, antes que mantener la amistad. Es una obra sobre cómo cambiamos las personas, cómo las responsabilidades nos “matizan”, igual que si fuese una especie de censura social, para “pasar por el aro” y formar parte de la gente “normal”, para ser como la mayoría. La vida de los que no son mayoría resulta más complicada, y Alberto se optará por la seguridad, por formar parte del sistema…

La obra de Alonso de Santos muy pronto se convierte en un éxito; se llevó al cine en una divertidísima película protagonizada por Antonio Banderas, Juan Echanove y Verónica Forqué, entre otros magníficos actores dirigidos por Fernando Colomo.

Su lectura aún hoy sigue siendo amable, divertida e incluso a muchos nos siguen pareciendo entrañables estos personajes que quieren vivir sin meterse con nadie, al margen de las convenciones: muchas veces hemos querido vivir así nosotros mismos, con una cierta y benévola actitud bohemia. Vivir nuestras vidas. La obra, como los grandes textos clásicos, ha trascendido: en una charla a la que acudí con el autor, Alonso de Santos, afirmó con asombro haber visto representada su obra en Japón, protagonizada por chavales japoneses que querían vivir la vida igual que estos muchachos madrileños de Lavapiés. Solo las buenas obras literarias saben sortear las fronteras, no solo la que separa países, sino también las fronteras del tiempo. Por eso, “Bajarse al moro”, a pesar de haber transcurrido más de treinta años desde que se estrenara por primera vez, conserva ese aire de realismo sin pretensiones con que transcurre la vida real, y sus protagonistas, queriendo vivir como ellos quieren, son los actores de una comedia ligera, que no es más que una aventura épica tranquila y cotidiana.

Luis Quiñones

Profesor de Lengua y Literatura en el IES EUROPA

Alumnos del club de lectura de bachillerato