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¿Por qué evaluamos?

Evaluar tiene que ser el punto de partida para tomar decisiones. Como esto es algo que hacemos en todo momento la evaluación debe acompañarnos en cada paso de nuestra práctica docente. 

La tarea fundamental del profesor es enseñar, pero esta labor no puede ser llevada a cabo sin una valoración de los conocimientos que adquieren los alumnos. Todos sabemos que no todo lo que transmitimos, lo que queremos enseñar, es adquirido por nuestros alumnos. Hay aspectos que calan mejor que otros, que son asimilados por unos alumnos y no por otros.  La valoración de esta situación nos llevará a una mejor selección de las técnicas educativas y del tiempo dedicado a cada aspecto de la materia que debemos transmitir.

Pero esa valoración, con fines de mejora de nuestra didáctica, no es la única razón de la evaluación. En las aulas tenemos el doble papel de instructor y de evaluador, por normativa, debemos valorar la capacidad que adquiere cada uno de nuestros alumnos, el grado de adquisición de los conocimientos, el nivel alcanzado en cada competencia. Debemos evaluar si se han alcanzado los objetivos mínimos y en qué medida. Tenemos la obligación de evaluar porque en una sociedad competitiva como la nuestra es necesario puntuar al alumno, eso sí, con la máxima objetividad y tratando de captar todas las capacidades del alumno en nuestras respectivas materias.

En este aspecto no debemos olvidar que todo proceso de enseñanza, incluida la parte de evaluación y especialmente en las etapas obligatorias, debe estar regido por el principio de inclusión. Hay que tener la aspiración de que todos logren alcanzar un desarrollo mínimo de las competencias. Para este propósito, un elemento fundamental es la personalización de la enseñanza, la adaptación a las particularidades de cada alumno.  Tenemos que tener en cuenta que, tal y como está concebido el papel de la evaluación, el aspecto fundamental no es la calificación numérica entre 1 y 10 sino el nivel entre el aprobado y el suspenso, entre la consecución o no de los mínimos exigidos. Este nivel mínimo es el que marca la diferencia entre la superación o no de la materia y debe ser nuestro primer objetivo a la hora de plantear la evaluación.

Además, la evaluación debe ser objetiva y basada en múltiples variables.  No podemos valorar, por ejemplo, la competencia en comunicación lingüística, únicamente con una redacción escrita porque perderemos otras facetas de dicha comunicación. No podemos valorar la competencia matemática con la simple realización de “cuentas”.  Tampoco debemos centrarnos en una única prueba de cada aspecto a valorar porque no todos estamos en las mismas condiciones todos los días ni a todas horas.

Otro aspecto importante de la evaluación es la motivación. Es cierto que hay alumnos a los que la evaluación, la valoración numérica de su esfuerzo, les puede desincentivar y esto es algo que hay que trabajar para intentar evitarlo, pero también los hay que, gracias a la valoración que se realizará de su trabajo, obtienen el plus necesario para mejorar su formación. La motivación es fundamental en el aprendizaje. Conseguir que los alumnos se interesen por lo que estudian es un aspecto esencial del buen profesor y la evaluación es un elemento más que puede ser utilizado como motivador.