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Los árboles

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Nuestro recital

Poesías de clase

Nuestras poesías

                                          Juan Ramón Jiménez                         Lope de Vega

Poesías del recital

Juan Ramón Jiménez                   

El viaje definitivo


...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando; y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amarón;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espiritu errará, nostálgico...

Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol
vérde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pajaros cantando.

La naturaleza

Tristeza dulce del campo…

La tarde viene cayendo;

de las praderas segadas

llega un suave olor a heno.

Los pinares se han dormido

sobre la colina, el cielo

es tristemente violeta;

canta un ruiseñor despierto.

Vengo detrás de una copla

que había detrás del sendero,

copla de llanto, aroma

con el olor de este tiempo;

una copla de llanto

no se que cariño muerto,

de otras tardes de septiembre

que olieron también a heno.

Descubre a Juan Ramón Jiménez

Juan Ramón Jiménez

Lope de Vega

Soneto

Desmayarse, atreverse, estar furioso
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Soneto

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

Soneto (de "La locura por la honra")

BLANCA        ¿Iguálase a mi mal algun tormento?

CARLOS        ¿Qué tormento crüel se iguala al mío?

BLANCA        Si esto han visto mis ojos, ¿qué confío?

CARLOS       ¡Que basta a tanto mal mi sufrimiento!

BLANCA       ¿En qué piensa parar mi pensamiento?

CARLOS       ¿Qué fin piensa tener mi desvarío?

BLANCA        Ya toda mi esperanza al viento envío

CARLOS       Ya toda mi esperanza lleva el viento

BLANCA        ¡Qué locura es lloar las cosas hechas!

CARLOS       Loco es quien fía de palabras dichas

BLANCA       Declaradas murieron mis sospechas

CARLOS      ¿Quién confía en promesas?

BLANCA                                                    ¿Quién en dichas?

CARLOS       Todo es penas amor

BLANCA                                        Todo es endechas

CARLOS       Todo es celos amor

BLANCA                                       Todo es desdichas

Soneto (de "La fortuna merecida")

DIANA         En vano sigo un loco pensamiento

LUCÍA          En vano sigo, amor, un dulce engaño.

DIANA         ¡Qué locamente mi esperanza engaño!

LUCÍA         Mis esperanzas van siguiendo el viento

DIANA        Al sol quiere subir mi pensamiento

LUCÍA         ¡Qué mal hice en querer un hombre estraño!

DIANA       ¡Oh, si olvidase yo mi desengaño!

LUCÍA        ¡Oh, si puediese yo mudar de intento!

DIANA       Mas si esto puede Amor, ¿en qué porfío?

LUCÏA        Si Amor me ha de matar, ¿qué vida espero?

DIANA       La culpa tiene el pensamiento mío

LUCÍA       A quien se burla de mis penas quiero

DIANA      ¡Padezco!

LUCÍA                      ¡Muero!

DIANA                                  ¡Espero!

LUCÍA                                                ¡Desconfío!

DIANA      ¡Yo moriré!

LUCÍA                        ¡Yo no, porque ya muero!

La naturaleza

                         En las mañanicas
                         del mes de mayo
                         cantan los ruiseñores, 
                         retumba el campo.

                         En las mañanicas,
                         como son frescas,
                         cubren ruiseñores
                         las alamedas.

                         Riense las fuentes
                         tirando perlas
                         a las florecillas
                         que están más cerca.

                         Vístense las plantas
                         de varias sedas,
                         que sacar colores
                         poco les cuesta.

                         Los campos alegran
                         tapetes varios,
                         cantan los ruiseñores,
                         retumba el campo.

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Lope de Vega

Blas de Otero

Hombre

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

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Blas de Otero

Antonio Machado

Pegasos, lindos pegasos

Yo conocí, siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado
en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento
chispeaban las candelas
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.

Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre lindos pegasos
caballitos de madera.


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Antonio Machado

Manuel Machado

Castilla

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
polvo, sudor y hierro el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

«¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El Cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga.

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Manuel Machado

Octavio Paz

Noche de verano

Pulsas, palpas el cuerpo de la noche,
verano que te bañas en los ríos,
soplo en el que se ahogan las estrellas,
aliento de una boca,
de unos labios de tierra.

Tierra de labios, boca
donde un infierno agónico jadea,
labios en donde el cielo llueve
y el agua canta y nacen paraísos.

Se incendia el árbol de la noche
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
Fluyen ríos sonámbulos.
Lenguas de sal incandescente
contra una playa oscura.

Todo respira, vive, fluye:
la luz en su temblor,
el ojo en el espacio,
el corazón en su latido,
la noche en su infinito.

Un nacimiento oscuro, sin orillas,
nace en la noche de verano,
en tu pupila nace todo el cielo.

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Octavio Paz

Rosalía de Castro

Cenicientas las aguas

Cenicientas las aguas, los desnudos

árboles y los montes cenicientos;

parda la bruma que los vela y pardas

las nubes que atraviesan por el cielo;

triste, en la tierra, el color gris domina,

¡el color de los viejos!

De cuando en cuando de la lluvia el sordo

rumor suena, y el viento

al pasar por el bosque

silba o finge lamentos

tan extraños, tan hondos y dolientes

que parece que llaman por los muertos.

Seguido del mastín, que helado tiembla,

el labrador, envuelto

en su capa de juncos, cruza el monte;

el campo está desierto,

y tan sólo en los charcos que negrean

del ancho prado entre el verdor intenso

posa el vuelo la blanca gaviota,

mientras graznan los cuervos.

Yo desde mi ventana,

que azotan los airados elementos,

regocijada y pensativa escucho

el discorde concierto

simpático a mi alma...

¡Oh, mi amigo el invierno!,

mil y mil veces bien venido seas,

mi sombrío y adusto compañero.

¿No eres acaso el precursor dichoso

del tibio mayo y del abril risueño?

¡Ah, si el invierno triste de la vida,

como tú de las flores y los céfiros,

también precursor fuera de la hermosa

y eterna primavera de mis sueños...!

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Rosalía de Castro

León Felipe

Como tú

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...

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León Felipe

Federico García Lorca

La sangre derramada (de Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías)

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.

¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!


Romance de la pena negra

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados, sus pechos
gimen canciones redondas.
-Soledad: ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
-Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿ a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
- Soldedad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
-No me recuerdes el mar,
que la pena negra brota
en las tierras de aceituna
bajo e rumor de las hojas.
-¡Soledad, que pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
-¡Qué pena tan grande!Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa.
¡Ay,mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
-Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soldedad Montoya.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh, pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh, pena de cauce oculto
y madrugada remota!

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García Lorca

Gustavo Adolfo Bécquer

Rima VII

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueño tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo,

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

como el pájaro duerma en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

<< ¡ Ay ! >>, pensé, <<¡ cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz como Lázaro espera

que le diga: “Levántate y anda!>>

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Bécquer

Anónimo

En mi corazón madre

En mi corazón madre

Robado me le hane.

Dos ojos vinieron

Y en mi alma llamaron

los míos los abrieron

Y allá los encontraron;

Señores se alzaron

Del corazón madre;

Robado me le hane.

Nadie que los viera

Dejara de abrir

Por cierto que fuera

Que había de morir

Muerte hay que es vivir

Y ésta fuera madre

Robado me le hane.

El alma que vio

Preso el corazón

Luego se rindió

Y con gran razón

Porque tal prisión

Libertad es madre

Robado me le hane.

Jaime Gil de Biedma

No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos

-envejecer, morir, eran tan sólo

las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

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Jaime Gil de Biedma

Pablo Neruda

Alturas del Machu Pichu

Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda

Zona de tu color diseminado.

No volverás al fondo de las rocas.

No volverás del tiempo subterráneo.

No volverá tu voz endurecida.

No volverán tus ojos taladrados.

Mírame desde el fondo de la tierra,

Labrador, tejedor, pastor callado:

Domador de guanacos tutelares:

Albañil del andamio desafiado:

Aguador de las lágrimas andinas:

Joyero de los dedos machacados:

Agricultor temblando en la semilla:

Alfarero en tu greda derramado:

Traed la copa de esta nueva vida

Vuestros viejos dolores enterrados.

Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,

Decidme: aquí fui castigado,

Porque la joya no brilló o la tierra

No entregó a tiempo la piedra o el grano:

Señaladme la piedra en que caísteis

Y la madera en que os crucificaron,

Encendedme los viejos pedernales,

Las viejas lámparas, los látigos pegados

A través de los siglos en las llagas

Y las hachas de brillo ensangrentado.

Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.

A través de la tierra juntad todos

Los silenciosos labios derramados

Y desde el fondo habladme toda esta larga noche,

Como si yo estuviera con vosotros anclado,

Contadme todo, cadena a cadena,

Eslabón a eslabón, y a paso a paso,

Afilad los cuchillos que guardasteis,

Ponedlos en mi pecho y en mi mano,

Como un río de rayos amarillos,

Como un río de tigres enterrados,

Y dejadme llorar, horas, días, años,

Edades ciegas, siglos estelares.

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apegadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca.

Hablad por mis palabras y mi sangre

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Luis Cernuda

Donde habite el olvido

Donde habite el olvido ,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo soló sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios .

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos ,
donde el deseo no exista .

En esa gran región donde el amor , ángel terrible ,
no esconda como acero
en mi pecho su ala ,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el
tormento .

Allá donde termine este afán que exige un dueño
a imagen suya ,
sometiendo a otra vida su vida ,
sin mas horizonte que otros ojos frente a frente .

Donde penas y dichas no sean más que nombres ,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo ;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo ,
disuelto en niebla ,ausencia ,
leve como carne de niño .

Allá ,allá lejos ;
donde habite el olvido

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Luis Cernuda

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Rafael Alberti

Leyenda ( de "Poemas escénicos")

Hijo del bosque , guardo

en mi tronco una espada,

desde hace mucho tiempo.

Hijo del bosque , guardo

en mi pecho una niña,

desde hace mucho tiempo.

Hijo del bosque , guardo

en mis ramas el viento,

desde hace mucho tiempo.

¡ Ay del que toque la espada ¡

¡ Ay del que quiera la niña ¡

¡ Ay del que desate el viento ¡

Llega un leñador al bosque.

- Hermoso árbol.

Tan sólo con su madera

podría hacer una casa.

Llega un marinero al bosque.

- Hermoso árbol.

Tan sólo con su madera

Me podría hacer un barco.

Y llega un borracho al bosque.

- Hermoso árbol.

Dulce es beber a su sombra.

Dulce es cantar a su sombra

Dulce es dormir a su sombra.

El leñador trae un hacha.

El marinero , un cuchillo

El borracho, una botella.

El borracho, solamente,

una botella.

-Voy a derribar el árbol.

-Voy a cortarle las ramas,

luego, a sangrarlo.

-Yo solo, a dormir, cantar

y a dormir bajo su sombra.

Alza el leñador su hacha

Su cabeza rueda el suelo.

El marinero pretende

herirme con su cuchillo.

Su cabeza rueda al suelo.

Quiere cantar el borracho.

Yo, entonces, muy dulcemente,

suelto al viento,

le doy libertad al viento.

-¿Quién anda ahí?

-¿De dónde viene esa voz?

-¿Quién habla ahí?

-¿Quién a mí me lo pregunta?

-¡Quién ya se muere por tí!

-¡Ja,ja,ja!, se ríe el viento.

-¡Je,je,je!, ríe el borracho.

-¡Ji,ji,ji!, se ríe el viento

-¡Jo,jo,jo!, ríe el borracho

-¡Ju,ju,ju!, se ríe el viento

-¿Donde estas, que no te veo?

-¡Por aquí, por aquí, por aquí!

-¿Donde estas, que no te toco?

-¡Por aquí, por aquí, por aquí!

-¿Donde estas, que no te encuentro?

-¡Por aquí, por aquí, por aquí!

-¿Donde estas? ¿En donde estas?

-Gira alrededor del tronco.

-Gira alrededor del tronco

y me encontrarás.

-Giro, giro, giro.

¿Qué edad tienes?

-Quince años.

-Giro, giro, giro.

¿De qué color los cabellos?

-De hoja seca del castaño.

-Giro, giro, giro.

¿Y los pechos?

-Como flor del avellano.

-Giro, giro, giro.

¿Y lo demás?

-¿Lo demás…?

-Quiero verlo.

Quiero entrar.

Déjame entrar.

El borracho se ha dormido.

(No despertará ya nunca.

No era malo este borracho.)

Una botella vacía

Lo contempla entre las yerbas.

Los ojos de dos cabezas

Cortadas lo miran fijos.

Una la del leñador.

Otra la del marinero.

El viento dulce, cansado,

Vuelve a dormirse en mis ramas.

Llega la noche.

Hijo del bosque, guardo

En mi tronco una espada

desde hace mucho tiempo.

Hijo del bosque, guardo…

Silencio.

Yo también voy a dormirme.

Tengo sueño.

El testamento de la rosa ( de  "Poemas escénicos")

Alguien dijo de mí, rosa perdida:
"Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?"
Para tan breve ser…
Hoy es mañana ya, hoy es mañana…
Y ayer naciste, ayer.
Nací rosa amarilla en primavera.
Pude haber sido roja, rosa, carmín…
Pero soy… no, no soy. Dejadme decir: era.
Recordar.
- ¡Tin tin!
- ¿Quién es?
- El sol.
- ¿Qué quiere el sol de mí?
- Entrar.
- Puede el sol, cuando guste, pasar.
Se entró en mi pecho el sol, y me abrí toda.
¡Qué mañana de amor!
Era mi amanecer, mi despertar
y era también el alba de mi boda.
Más que rosa amarilla ya era rosa dorada,
dama redonda en flor,
enamorada.
- ¡Tin tin!
- ¿Quién es?
- El picaflor.
- ¿Qué es lo que quiere el picaflor de mí?
- Besar.
- Puede el picaflor empezar.
Era dulce mi miel,
era almíbar de rosa derramada,
rosa amante del sol, recién casada.
¡Qué luz abrasadora!
Me quema, inmóvil, mi amarilla piel.
- ¡Tin tin!
- ¿Quién es?
- La brisa bailadora.
- La brisa bailadora, ¿Qué pretende de mí?
- Bailar.
- Brisa y rosa podemos empezar.

Soy pájaro.
Mis pétalos son alas.
Voy volando.

Soy mar.
Mi cáliz es una barca.
¡A navegar!

Soy sueño.
Tú te me llevas su aroma.
Me duermo.

Llega la noche. ¡Quiero ser estrella!
una estrella, muy alta, relucía
como una rosa, como el cielo, abierta,
como una rosa igual que yo, amarilla.
- ¡Tin tin!
- ¿Quién es?
- La estrella tembladora.
- La estrella tembladora, ¿qué pretende de mí?
- Llorar dentro de ti, llorar, temblar.
- Puede la estrella, cuando quiera, entrar.
Lloré entonces, lloré, lloré rocío,
rosa estelar, lloré, temblé, lloré.
Su llanto resbalaba con el mío.
Salió de nuevo el sol… Y me quemé.
"Ayer naciste y morirás mañana.
Hoy es mañana ya, ayer apenas era.
"Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?"
He aquí mi testamento en primavera,
pobre rosa perdida.
Dejo
mi dulzura de miel al picaflor.
Dejo
a la brisa mi aroma y mi temblor.
Dejo
a la estrella mis lágrimas.
Al fin, ¿qué dejo? Nada.
Mas no lloréis por mí, por esta rosa
que nació al alba y se murió en el alba.
Adiós, adiós, adiós… Me lleva el aire.
Ayer naciste… El sol ya se levanta.
Ya viene el picaflor… Ronda la brisa.
Una estrella en lo alto se derrama…
¿Qué sucede en el mundo? Otra rosa amarilla
Va a despertar en la mañana.


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Rafael Alberti

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Gerardo Diego

Al ciprés de Silos

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas el cielo con tu lanza.

Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad , prodigio isleño,

flecha de fe , saeta de esperanza.

Hoy llego a ti, riberas del Arlanza

peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi , señero, dulce, firme,

Qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú vuelto en cristales

como tú, negra torre de arduos filos.

Ejemplo de delirios verticales

Mudo ciprés en el fervor de Silos.

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