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R. Beaton La importancia de la Revolución de 1821

La importancia de la Revolución de 1821 para Grecia y el mundo,  de RODERICK BEATON

Versión española del artículo publicado en la sección LIVE de EKATHIMERINI.COM el 19 de enero de 2021, a cargo de Encarna Pitaluga (“Αμαλία”). 

La Revolución Griega de la década de 1820 fue el primer movimiento de liberación nacional que tuvo éxito en el Viejo Mundo europeo, después de Estados Unidos, más o menos al mismo tiempo que los movimientos de liberación similares en América del Sur (entre 1811 y 1825), y  antes de cualquiera de los nuevos estados-nación que pronto se convertirían en la norma en toda Europa. La base ideológica había sido establecida principalmente por pensadores que escribían en francés y alemán, durante el siglo anterior. Los griegos no inventaron el estado-nación. Pero fue en Grecia y por los griegos donde el experimento se puso en práctica por primera vez en Europa.

La entrada del rey Otón de Grecia en Atenas, una copia de la obra del pintor alemán Peter von Hess (Empfang König Ottos von Griechenland in Athen, 1839) de Nikolaos Ferekidis (1862-1929), 1901, óleo sobre lienzo, 200x340cm. Banco Nacional de Grecia.

     La Revolución Francesa, que comenzó en 1789, habría de transformar de manera notoria la vida política del continente, quizás del mundo, a largo plazo. Pero después del ascenso y caída de Napoleón Bonaparte, y después de que el Congreso de Viena estableciese un orden internacional para todo el continente europeo en 1815, parecía como si el reloj hubiera retrocedido antes de 1789. Fue la revolución en Grecia, que estalló en la primavera de 1821, lo que empezó a cambiar todo eso. El resultado de la Revolución Griega fue el punto fundamental sobre el que pivotó todo el mapa geopolítico de Europa, alejándose del modelo del siglo XVIII de imperios multiétnicos gobernados de forma autocrática y tendiendo hacia el modelo del siglo XX de autodeterminación de los estados-nación.

     La fecha clave y el evento clave a menudo se han pasado por alto o se han minimizado, incluso en las historias de la Revolución Griega. El momento decisivo llegó el 3 de febrero de 1830. No sucedió en el campo de batalla ni siquiera en Grecia, sino en un austero cónclave de dignatarios celebrado en el Ministerio de Relaciones Exteriores británico en Whitehall. Ese día, los ministros de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Francia y Rusia firmaron un documento conocido como el "Protocolo de Londres". En él se declaraba por primera vez: "Grecia formará un Estado independiente y disfrutará de todos esos derechos, políticos, administrativos y comerciales, vinculados a la completa independencia". Grecia (o Ελλάς / Ελλάδα en griego) nació en ese momento y ocupó su lugar en el mapa político de Europa.  La revolución aún no había terminado, porque se necesitarían otros dos años para resolver todos los detalles, incluidas las fronteras y el sistema de gobierno.  Pero esa fecha de febrero de 1830 marca el punto de inflexión.

     Después de eso, la lista de nuevos estados europeos creada con el mismo modelo es larga: Bélgica en 1831, Alemania e Italia en 1871, Serbia, Rumania y Montenegro en 1878, Bulgaria en 1908, Irlanda en 1922 y Turquía en 1923, por no hablar del rediseño más amplio del mapa del continente a raíz de las dos guerras mundiales y la Guerra Fría del siglo XX.

    El simple hecho de este logro ha sido pasado por alto por los historiadores de Europa, o del mundo, porque su enfoque siempre ha estado en los actores más importantes más al norte y al oeste: Francia, Alemania, Italia. Por razones muy diferentes, este aspecto de la Revolución griega tampoco ha sido reconocido adecuadamente por los historiadores griegos, hasta donde yo sé. Según la narrativa histórica ampliamente aceptada, que fue consolidada por Spyridon Zambelios y Constantinos Paparrigόpoulos en las décadas de 1850 y 1860, pero que se remonta a la época de la revolución, Grecia era diferente. Grecia fue un caso especial. Los historiadores llaman a este enfoque "excepcionalismo". El excepcionalismo no es exclusivo de Grecia y los griegos. Todo lo contrario, eso es lo que pasa con el excepcionalismo; de hecho, todo el mundo lo hace. Los griegos, según cuenta la historia, habían formado una nación desde la antigüedad; las luchas de la década de 1820 habían consistido en restaurar esa nación a su condición anterior y legítima; en ese momento y a menudo desde entonces, la independencia griega se describía regularmente como el "renacimiento", la "regeneración" o incluso la "resurrección" de la antigua civilización griega.

     Pero la verdad es que no fue en absoluto una restauración. El estado-nación griego que conocemos y amamos hoy, y que fue creado a partir de la Revolución de la década de 1820, no se parece a nada que haya existido antes, en los 3.500 años de historia de los griegos, tal como lo conocemos a través de los registros conservados en su idioma. Los antiguos, con su obsesión por la “autonomía” de las ciudades-estado autónomas, pequeñas en su mayoría, nunca lograron dar ese salto. El estado bizantino, a pesar de toda su legendaria riqueza, poder y alcance geográfico, fue a su vez algo diferente, y ciertamente nunca eligió definirse a sí mismo como "Hélade" ni a su gente como "helenos", como sí han hecho los griegos desde 1821. El estado-nación que se hizo realidad durante las décadas de 1820 y 1830 fue una novedad para los griegos, incluso si se acepta el argumento del excepcionalismo griego, como lo fue para el resto del continente europeo en ese momento.

     Lo que hizo que la Revolución Griega fuera verdaderamente excepcional fue que, desde el principio, nunca fue un asunto exclusivo de los griegos. En la primera declaración de independencia, emitida por Aléxandros Ypsilantis en Iași en Moldavia el 24 de febrero / 8 de marzo de 1821, bajo el título "Lucha por la fe y la patria" [Μάχου ὑπὲρ πίστεως καὶ πατρίδος], el llamado se dirigió a los "pueblos ilustrados de Europa", que, 

Llenos de gratitud por los beneficios que nuestros antepasados les legaron, aguardan con impaciencia la libertad de los helenos.

[“Οἱ φωτισμένοι λαοὶ τῆς Εὐρώπης ἐνασχολοῦνται εἰς τὴν ἀποκατάστασιν τῆς ἰδίας εὐδαιμονίας· καὶ πλήρεις εὐγνωμοσύνης διὰ τὰς πρὸς αὐτοὺς τῶν Προπατόρων μας εὐεργεσίας, ἐπιθυμοῦσι τὴν ἐλευθερίαν τῆς Ἑλλάδος.]

Un mes después, en Kalamata, el líder de los Maniates, Petrobey Mavromijalis, se refirió a este llamamiento, que fue publicado en varios idiomas:

Invocamos, por tanto, la ayuda de todas las naciones civilizadas de Europa, para que podamos alcanzar más rápidamente nuestro justo y sagrado objetivo, reconquistar nuestros derechos y regenerar nuestro desdichado pueblo.

[τούτου ένεκεν προσκαλούμεν επιπόνως την συνδρομήν και βοήθειαν όλων των εξευγενισμένων Ευρωπαϊκών γενών, ώστε να δυνηθώμεν να φθάσωμεν ταχύτερον εις τον ιερόν και δίκαιον σκοπόν μας και να λάβωμεν τα δίκαιά μας. να αναστήσωμεν το τεταλαιπωρημένον ελληνικόν γένος μας.]

     La revolución finalmente tuvo éxito, después de grandes sacrificios, porque los líderes griegos más sabios y visionarios durante la década de 1820 vieron las ventajas de internacionalizar su lucha. De esta forma, y a través de la astuta diplomacia griega, las tres grandes potencias marítimas del momento, Gran Bretaña, Francia y Rusia, se vieron envueltas en un conflicto en el que ninguna de las tres podía permitirse el lujo de permitir una ventaja a ninguna de las otras. Cuando las tres potencias acordaron en la primavera de 1827 enviar una flota conjunta al Egeo, con la misión de hacer cumplir una tregua entre los revolucionarios griegos y las fuerzas otomanas alineadas en su contra, no fue una sorpresa que los griegos recibieran con agrado esta señal de intervención militar, mientras que los otomanos la repudiaron. La consecuencia no deseada fue la batalla de Navarino, que tuvo lugar el 8/20 de octubre de ese año. La flota conjunta otomana y egipcia fue casi destruida por los cañones de los buques de guerra británicos, franceses y rusos.  Fue una victoria suprema para la diplomacia griega, ya que muy pocos griegos tuvieron que participar y muy pocas vidas griegas se perdieron.

     A partir de ese día, el éxito de la Revolución Griega quedó asegurado. Pero, por supuesto, esto tuvo un coste: la solución resultante no pasó por las manos griegas. Ahora les tocaba a las tres grandes potencias encontrarla. Y así se llegó a firmar ese protocolo en Londres, el 3 de febrero de 1830. Las potencias ya habían decidido que el nuevo estado debía ser una monarquía, no una república como había declarado su constitución provisional. El príncipe Otón, el segundo hijo del rey Luis I de Baviera, fue nombrado su primer rey. Las fronteras del reino fueron establecidas al mismo tiempo. Estas incluían solo la mitad sur de la Grecia continental tal como es hoy, y las islas más cercanas a ella en el Egeo. Ni los griegos ni los otomanos tuvieron voz en estas decisiones.

     En ese momento y durante mucho tiempo después, incluso hoy, muchos griegos se han sentido dolidos por este resultado.  Lo que se había ganado quedaba un poco lejos del ideal absoluto de "Libertad o Muerte" [Ελευθερία ή θάνατος] por el que tantos habían luchado y dado su vida.  Por otro lado, la revolución se inició con esos llamamientos a la conciencia de Europa. Y si el resultado tuvo poco que ver con la conciencia y todo con el cálculo geopolítico, también integró firmemente al estado recién independizado en la geopolítica en evolución del continente y, de hecho, del mundo en general. Grecia no es la única, entre los estados teórica y legalmente "soberanos", en haberse visto obligada tan a menudo a ceder algunos elementos de su soberanía a cambio de la seguridad de alianzas con otros, o en aras de la "protección" de otros que son más grandes  y más fuertes. En la práctica, en el mundo moderno, todos los estados independientes hacen esto, en mayor o menor grado. Es por eso que “America First” y el Brexit han causado tantos estragos, y tan pocos de los beneficios prometidos, a sus respectivas naciones.

     Cuando el futuro rey, el príncipe Otón, llegó a Nafplio a bordo de un buque de guerra británico el 25 de enero / 6 de febrero de 1833, y fue recibido de forma entusiasta en la costa, el evento consiguió dos primicias: el primer estado griego en toda la larga historia de los griegos;  y el primer nuevo estado-nación en seguir el ejemplo de los Estados Unidos y ganar reconocimiento en el Viejo Mundo europeo.

Roderick Beaton ha sido profesor en la cátedra Coraís* de Griego moderno y bizantino, Lengua y Literatura en el King's College de Londres desde 1988 hasta su jubilación en 2018. También es autor, más recientemente, de Greece: Biography of a Modern Nation (2019) y The Greeks: A Global History (2021).

(*) La cátedra Coraís recibe su nombre en honor a Adamantios Coraís, académico humanista griego que llegó a ser considerado como el “Gran maestro de la Nación” [Μέγας διδάσκαλος του Γένους].