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Convivencia y relaciones interpersonales

La educación para la convivencia debe basarse en la construcción de la convivencia en la escuela. Para que el alumnado aprenda a convivir de modo saludable y desde el compromiso ético, la escuela debe pensar y planificar para imbricar de modo profundo y sólido los procesos de enseñanza y aprendizaje con las experiencias que permiten el trabajo cooperativo, el diálogo entre actores, compañeros y profesores, el aprendizaje basado en proyectos y la experiencia compartida.


Porque a ser solidario, tolerante, comprensivo, o bien dominante, irrespetuoso o violento, no se aprende en abstracto, sino a través de la propia experimentación y relación con los demás (Ortega y Mora-Merchán, 1996), y es, precisamente, la escuela, el lugar donde el alumnado dispone de oportunidades incontestables para poner en práctica sus habilidades personales y sociales, a través de las múltiples experiencias relacionales que mantienen con su grupo de iguales y con los adultos del centro.


Los procesos afectivos y emocionales que están implícitos en las aulas, los pasillos y los patios de recreo, y también, por supuesto, en los senderos digitales, son los que habilitan la articulación y entramado de hábitos, conductas, actitudes y valores que componen la personalidad y cuyo desarrollo óptimo favorece la construcción de personalidades empáticas, críticas, sanas y equilibradas moralmente. Para ello es necesario que se hagan explícitos con la intención de poder dialogar, reflexionar y seleccionar aquellos hábitos o actitudes que se precisan mantener o desarrollar, a la vez que desechar aquellas conductas que no merezcan la pena ser retenidas (Ortega y Del Rey, 2004). A partir de esta reflexión conjunta y consensuada es como se construye el asentamiento de las bases de una personalidad ajustada a la vida democrática.