Los prejuicios
En la época de las redes sociales, los “likes”, el culto a la imagen y la proliferación de los prejuicios está a la orden del día. Si bien en el pasado hubiésemos podido pensar que, tras la derrota del antisemitismo, la constitución de las democracias modernas y la aparición de personas como Martin Luther King la antigua sociedad prejuiciosa estaba destinada a desaparecer esto parece no haber ocurrido.
La banalidad de las redes, el auge de partidos radicales en Europa y la polarización de la sociedad han llevado al resurgimiento de las antiguas disputas raciales y a la creación de algunas nuevas. Sin embargo, diversos estudios han demostrado que las personas prejuiciosas cuentan con ciertas ventajas frente a las que no. Hace tiempo se demostró ya experimentalmente que las personas antisemitas tenían mucha mayor facilidad para detectar a personas judías que las que no. Y es que en muchas ocasiones los prejuicios son tan sólo atajos que nuestro cerebro toma para encontrar peligros (reales como el de aquella persona que nos ofrece una bebida que no hemos visto ser servida o imaginarios como es el caso del odio a los judíos) en nuestro medio.
En definitiva, los prejuicios en sí no son intrínsecamente nocivos; una persona sin prejuicio ninguno no tendría ningún problema en acercarse a una persona de aspecto sospechoso en un callejón en mitad de la noche puesto que son nuestros prejuicios los que nos avisan de lo peligroso de ese acto. Lo que debemos procurar es asegurarnos de que nuestros prejuicios tengan una base real y que no nos sirvan para ejercer violencia sobre personas inocentes.
ÁLVARO GARCÍA MORCILLO. 2º BTO A.