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Visor

Joel

Relato ganador (modalidad B) del Concurso de Relatos convocado por el Departamento de Lengua y Literatura

Todavía recuerdo esa expresión de pavor en la cara de mis padres, con los ojos llorosos y abiertos como si de una muerte se tratara. Ambos, sorprendidos por la noticia estaban inmóviles frente al psiquiatra. “Su hijo tiene psicopatía” ¿Qué se suponía que significaba eso? Por aquel entonces no lo sabía, en cualquier caso, esas palabras cambiarían el resto de mi existencia.

Pero, antes de contaros mi vida, vayamos al inicio y principio de todo.

Mi madre me llevaba al colegio. Este estaba a unos treinta minutos andando y unos míseros diez en coche. Por aquel entonces tendría unos siete años, aunque en el ámbito escolar siempre fui superior a mis compañeros, por eso decidieron ascenderme varios cursos. Aún así, todo me parecía demasiado fácil, no había mayor dificultad que el sumar, restar o dividir. Hablar con mis compañeros me parecía una estupidez; independientemente de que estos fueran mayores que yo, eran ciertamente ignorantes e infantiles. Esto hacía que no tuviera amigos, al menos no tal y como lo definimos hoy en día. Hubo un par de personas responsable de mi evolución social, Fred y Angy. Los tres manteníamos una relación quid pro quo, el problema de uno era solucionado por alguno de los otros dos. En los recreos, leía y observaba, rara vez hablaba con alguien y mucho menos me metía en problemas, excepto aquel día.

Estaba sentado, leyendo en un poyete situado justo enfrente de los campos de fútbol, cuando sin aviso previo, unos gritos empezaron a emerger en las profundidades de la explanada. Sentí el deseo de apartar la mirada de las hojas y admirar aquel hecho retrógrado que sucedía de forma bastante reiterada en los recreos. En la pelea estaban involucrados Fred y Angy. Se estaban enfrentando a Marx, un abusón que atormentaba a todos los niños del centro, incluyéndome a mí. Este nos pegaba, robaba y humillaba, pero siempre salía indemne gracias a su padre, el director. Era una injusticia, una que debía arreglarse.

Un impulso hizo que saltara de mi sitio y me pusiera de pie; otro, obligó a mis piernas a moverse; el último, produjo que me abalanzara sobre él. Era la primera vez que sentía esta sensación tan potente, tan sanguinaria. Mis puños, cerrados como piedras pero frágiles como cristales empezaron a pegarle con rabia y desesperación. Sin parar ni un segundo, seguí abofeteándolo, golpeándolo, sacudiéndolo mientras gritaba y lo miraba fijamente a los ojos.

-Para, no entres ahí.

Escuchaba mientras le seguía atizando.

-¡Te ordeno que pares!

Sabía que debía parar, pero mis deseos me decían otra cosa, que lo matara.

-No entres en el laberinto, Joel.

Cogí la piedra más cercana a nuestros cuerpos. La levanté bien alto con ambas manos.

-Te vas a perder

Tiré la piedra lo más lejos que pude y me levanté de encima de aquel chico casi sin consciencia.

Todo el mundo me estaba mirando. Yo, estaba serio, como si nada de esto hubiera pasado, como si yo no hubiera hecho nada. De pronto ese ambiente tan siniestro que había provocado en unos segundos, se desvaneció en milésimas. Todos estaban eufóricos, lo sabía por sus caras de felicidad y los aplausos y gritos que me dirigían. Era un héroe, había salvado por fin a todos de nuestra amenaza. O al menos eso creía yo. Abrí los párpados de golpe y me di un fuerte cabezazo con la realidad. Miré hacia arriba y las caras de decenas de niños asustados me rodeaban. Aún tenía la piedra en la mano, pero esta vez, estaba pintada de un color rojo, un rojo brillante, atractivo a la par que adictivo. Sin poder resistirme, mojé la punta de mi dedo en aquella sangre; me la metí en la boca. Al probarla, un despertar y un morir se accionaron de forma paralela en mí. Era la sensación de un asesinato, el primero de mi vida.

 J. E. (1º BTO A)